Santiago Abascal asistió al partido entre Real Madrid y Athletic de Bilbao, con perdón, equipos que más ama y más odia, por este orden. Y no lo hizo pagando a doblón, hincha raso, con su bocata, petaca y bufanda, sino como invitado de lujo al palco, vamos, lo normal cuando uno detesta los chiringuitos. La terraza panorámica del Bernabéu, y sus cubatas y tapitas, son para uso exclusivo de los futbolistas no convocados, familiares y amigos del anfitrión. Así que, salvo que el líder cruzado sea lateral izquierdo o primo de Benzema -dios no lo quiera-, cabe concluir que se personó allí en calidad de coleguita del club.

Ese trato honorífico me lleva, por un cruce de cables o no tanto, a otra reflexión. Y es que entre los famosetes ya no se estila aquella moda de blanquearse el ano, operación costosa si no se hace con merengue, típex, tiza o a pincel. Hoy lo suyo es naturalizarlo y ponerlo gratis cara al sol, es decir, tumbarse boca arriba, alzar las piernas al cielo hasta formar la uve de Vox, abrir las nalgas a mano para que la luz llegue directa al ojete, y sostener la acrobacia mientras el anillo de cuero o asterisco final se va dorando como pollo en asador. Luego se comparte la experiencia en Instagram y a esperar los likes.

Quizás exista una hermandad plus ultra o comunidad de platino que, por descanso y eficacia, facilite el bronceado anal separando los carrillos traseros con ese aparato del dentista que nos mantiene el pico abierto mientras ataca a un molar. Lo ignoro. Pero sin duda es todo un avance para la patria sacar al cuerpo del quirófano y regalarle salud a su as de oros con solo imitar al girasol. Hala Madrid.