Gobernar desde la oposición. Gobernar por influencia determinante. Es la opción publicitada por EH Bildu en su apoyo pasivo limitado (23-22) a la investidura de María Chivite (PSN). “Las abstenciones que sean necesarias” (5) -expresión de su Mesa Política-, esbozó una mueca mordaz. Inquietante. La foto de familia del Gobierno tendrá a su espalda una teatral cortina entelada tras la que se adivinará la presencia de Los Siete de Bildu. Incomodidad en los cogotes. Actitud razonable después del menosprecio sectario del PSN -ni diálogo ni negociación- y de la finta insolidaria de Geroa Bai para enlazar con su nuevo y deseado socio. “Ningún compromiso”. “Manos libres”. “No tenemos que ser leales”. Y más ante un acuerdo programático con “generalidades, retrocesos y dominio de la ambigüedad”. Tampoco es que el de 2015, suscrito también por la coalición abertzale, fuera un modelo de concreción en objetivos, precisión en compromisos y cumplimiento pleno de avances. Los acuerdos son siempre mullidos para que todos sus firmantes se sientan cómodos y muchos propósitos queden dormidos. Los concordantes (PSN, Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra) han desarrollado su teatrillo al ritmo de los acontecimientos de la investidura estatal. Podemos saca demasiado beneficio para su implantación y su indigna trayectoria. Con arrogancia de imprescindible. I-E se alivia al mero apoyo. Ya lo hizo con el efímero tripartito de 1995, cuando Izquierda Unida tenía más peso. La decisión de Bildu pasó con holgura la criba de la consulta vinculante a sus inscritos. La dirección política navarra y el mesías Otegi ya se preocuparon de “instar” y dar “directrices” a los consultados en el sentido de “posibilitar” la investidura de la aspirante socialista. Terapia contra una fobia enquistada, una exclusión molesta y unos pactos municipales dolorosos. Muchas arcadas. El PSN apoyó Ayuntamientos de derechas y sacó a Bildu de alcaldías. Envite a Chivite. De órdago.