Atardecía. Una mujer joven cayó en mala postura. Varias personas se acercaron a ayudarla ante lo aparatoso del golpe. Se hizo daño y se rasgó la parte baja del pantalón. Del alcorque asomaba un pedazo de tronco de árbol. Ese tramo de acera había sido reformado meses atrás. Los alcorques vacíos pueden provocar un tropezón por cambio de nivel en la superficie de tránsito de los peatones. Un alcorque con resto arbóreo multiplica el peligro. Y son unos cuantos. Alguna medida preventiva habría que tomar antes de proceder a una nueva plantación. Al menos, la nivelación provisional de los bordes del alcorque con el suelo circundante. Convendría también suprimir la base de máquinas expendedoras de tiques del estacionamiento regulado ya fuera de servicio. Peligroso tallo metálico. Eliminarlas es más eficaz que señalizarlas con cinta de colores. Otro elemento de riesgo para la integridad de los peatones son las losetas de tamaños diferentes que vienen a delimitar dos territorios de una misma acera. Rompen la monotonía visual, pero también pueden romper o dañar algo más. De la anatomía humana. Si están colocadas en entornos arbolados, la tendencia a violentar la uniformidad depende del mismo terreno. Se producen desnivelados encuentros de piezas, poco perceptibles a la vista y mucho al tacto. Causan desequilibrio en quien pueda chocar con la punta del calzado. Sin olvidar salpicaduras en días de lluvia desde algún elemento suelto. Es evidente que se hacen labores de mantenimiento. Algunas aceras presentan síntomas de sarampión dado el número de puntos rojos para su arreglo. Hay también un problema con la calidad de los materiales. Las losetas evidencian fragilidad. Proliferan rajas y perforaciones. Algunos tramos de calle son un parque temático para quien se quiera estozolar. O iniciar un viaje al centro de la Tierra desde los huecos de sendos adoquines en camino peatonal de la Vuelta del Castillo. Vista al suelo. Alerta. Precaución.