os Gigantes de Pamplona (1860) pasan unos días en el Museo de Navarra, que cumple 65 años. Inanimados y estáticos. Aparcados en diferentes salas. Les acompañan los kilikis Caravinagre y Barbas. En realidad, sus cabezas y ropajes. Como muertos, pero sin sudario protector del polvo. Posición de verga caída. Durante los "no Sanfermines", la comparsa estuvo expuesta en la Ciudadela. Sin componentes humanos, ni gaiteros, ni txistulares, ni familias con criaturas y silletas. Sin bailes, kalejiras, persecuciones y vergazos. Sin vida. Antes de ser piezas de museo, ofrecieron con éxito de público varias sesiones de un espectáculo consolador de afligidos sanfermineros. Empiezan a estar "más vistos que el TBO", como se decía en un antaño lejano de los excesos de presencia. La comparsa pierde así algo de su magia, de su misterio. De su enigma. Los ocho gigantes y dos de los cabezudos acompañan a los niños (6-12 años) en el descubrimiento de piezas del patrimonio cultural foral. Como en una aventura: libro Enigma en el Museo de Navarra, del que los citados kilikis son protagonistas. Otro libro conmemorativo del aniversario, Fragmentario, reconoce el cuadro Vista de Pamplona como "de autoría anónima, erróneamente atribuido a Juan Bautista Martínez del Mazo" (página 21). Año y medio después se admite -sin el boato de su presentación en sociedad y sin notas de prensa oficiales- que la asignación de autoría por parte de la parisina casa subastadora (condenada por escándalos mafiosos) sedujo a la Administración Foral. El cuadro no figura en inventarios (como el homónimo de ese pintor dedicado a Zaragoza), ni su calidad y estado fueron refrendados por certificados previos de expertos. Los Gigantes, en el Museo. Los cabezudos gestores empecinados en una compra bajo sospecha, también. Toda la comparsa de cargos. Los primeros se irán. Los segundos, no. Ni a vergazos. A pesar del error. Del atrevimiento en la compra. Del dinero público gastado.