Los ornitorrincos son unas criaturas sorprendentes: ponen huevos siendo mamíferos, tienen un hocico como de pico de pato, su cola es como la de un castor pero las extremidades más bien de nutria y poseen un espolón venenoso en las patas posteriores. De hecho, cuando su descubrimiento llegó a Europa muchos intelectuales pensaron que se trataba de un fraude perpetrado usando varios animales diferentes. Se cuenta que Friedrich Engels fue uno de ellos, un animal hecho de piezas sin sentido, hasta que vio uno vivo en el zoo, con lo que reconoció que más allá de lo que creemos razonable debemos someternos a la realidad, aunque no coincida con nuestra visión del mundo.

Hay más: el sexo de los ornitorrincos viene determinado no por dos cromosomas como en los humanos y muchos mamíferos, sino por nada menos que 10 cromosomas, en un sistema más parecido al de las aves. Los machos y las hembras de ornitorrinco podrían diferenciarse porque genéticamente tienen diversas expresiones que producen habitualmente características sexuales masculinas o femeninas. En la expresión genética del sexo también son peculiares los ornitorrincos, con un sistema modulado por genes diferentes de los que operan en los mamíferos. Hasta 1884 no se confirmó que las hembras ponían huevos y que solamente ellas se encargan de la crianza de cada nueva generación. Los estudios de la vida social de los ornitorrincos no paran de traernos sorpresas. La naturaleza permite descubrir una gran diversidad sexual, cuando se mira sin prejuicios, y qué triste es ver a quien lo hace específicamente con los humanos: pretenden imponer una visión ideologizada y a menudo patológica de la sexualidad a todo el mundo, incluso a quienes pueden no sentirse ni niños ni niñas. Ni ornitorrincos, claro.