hay espacio, razones y necesidad de las acciones del 8-M. Basta ver cómo la derecha, antes callada y como mirando a otra parte en estos días, se ha tenido que posicionar e inventar una postura entre negacionista y equidistante ante el tema de la igualdad. Y lo digo simplemente como espectador y acompañante de ellas, del cambio. Cierto que la derecha más reaccionaria sigue hoy negando la realidad, creando noticias falsas e incitando al odio con sus autobuses. Y las derechas tradicionales y modernitas han tenido que inventar un enemigo inexistente (ese supremacismo, manda leches, de que acusan al movimiento feminista) para crear confusión y pasar sin demasiado daño al próximo paso, esto es, a sacar votos y conseguir poder. Quedan las izquierdas, porque acaso ahora la línea que mejor divide entre derecha e izquierda es la de reconocer la igualdad como una de las asignaturas troncales de esta democracia. Quienes prefieren el estatus y el privilegio, que pasa necesariamente por seguir manteniendo la igualdad en un segundo o tercer plano, son la misma derecha de bajar los impuestos, desmontar lo público y todo eso: cosas de derechas. Al otro lado, las izquierdas, posiblemente con poco convencimiento y sin entender lo que sigue estando, siempre ha estado, enfrente. El año pasado, de verdad, estaba convencido que el 8-M había comenzado la revolución igualitaria. No fue así, cambió algo, ese algo pequeño que ha sido suficiente para que la derecha enseñe las garras. Pero ha de cambiar más: y eso se hace empujando, todo el año. Sonará maniqueo, pero ante hechos sencillos y polarizados, andar con barroquismos es ganas de seguir igual y no ponerse a andar. Y lo que hace falta es caminar, igualdad, queridas y queridos. Démonos prisa, que nunca se sabe...