Estas semanas me siento raro, la situación del país me produce una desazón profunda. Perdón, me corrijo: el ambientillo o situación percibida, lo que se comenta y difunde machaconamente por los medios y las redes. No es la situación real, tampoco es solamente la narrativa de lo que vivimos, sino una entelequia creada de manera deliberada para desestabilizar. Para desestabilizarnos. Declaro así que conmigo lo han conseguido. Rabio. Lo del pin "neandertal", como han llamado a ese veto que se impone con la pasión que le pone a las cosas vacuas la ultraderecha, es el epítome de su programa reaccionario. Hace muchísimo tiempo, cuando el nacionalcatolicismo, recuerdo que en mi colegio, que era todo lo laico que podía ser un colegio entonces, llegó la educación sexual a las aulas. Lo contaba un cura, con unas diapositivas adorables (ahora diríamos cuquis) llenas de flores y abejas, de diagramas poco científicos pero políticamente correctos, en unas tiras de "filminas", como les llamaban entonces. Era todo blanco, pueril, falso de hecho y desde luego lleno de errores y patriarcado, aunque entonces no sabíamos qué era eso, ni había que ser igualitario. Vamos, como si todo el país fuera la casa de esa pareja de Vox o la otra del PP o alguna sede episcopal ultramontana. Saben a lo que me refiero, especialmente si lo vivieron. Incluso con esa deseducación sexual de todo pasando por el matrimonio hubo familias que protestaron, que veían con esas moderneces la invasión del demonio comunista en las aulas. Casi medio siglo después, esta semana, escucho los mismos miedos de la ultraderecha, pero con la sorpresa de quien creía que aquello había pasado a la historia. Pues no, los tipos de los vetos estaban y siguen estando. ¿Pero quién demonios les ha dejado salir de la caverna y ocupar el espacio público?