Mañana se celebra, un año más, el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Reivindica un papel que nuestras sociedades aún no ha reconocido como algo propio, fundamental. Por supuesto hay niñas que quieren ser científicas e ingenieras. Por supuesto pueden serlo, y además con éxito y notoriedad. Por supuesto llevamos años sabiendo que no es normal que en reconocimientos como los Nobel no aparezcan mujeres y que esto se puede, y se debe, cambiar. Por supuesto sabemos del techo de cristal, de cómo las mujeres que deciden dedicarse a a algo más allá de la crianza o el cuidado se encuentran con que van a ganar menos, no van a llegar tan alto como sus compañeros y siempre van a estar sometidas a un escrutinio que, eso sí, es ideología de género y no la mierda que esparce la ultracatólica Vox y demás mentirosos populistas.

Ahora estamos metiendo en la agenda pública la perspectiva de género porque no es de recibo que en este siglo sigamos anclados en una antropología caduca y machista. Por eso queremos que ellas puedan ser científicas, sin dejar de ser princesas si así quieren. Ojalá que también podamos reivindicar que los niños puedan ser princesas, además de ingenieros, o enfermeras. Las sociedades libres permiten que los géneros no sean una traba para elegir una vocación o una dedicación. Y para ello tenemos que comprometernos a presentar una realidad diversa y plural; por eso debemos aún y durante mucho tiempo visibilizar a mujeres que son científicas, ingenieras, líderes... El año pasado nos dejó Margarita Salas, una gran científica que estaba donde estaba no por ser mujer, sino, como decía a menudo, a pesar de serlo. En esta celebración de mañana debemos hacer patente una lucha que es lucha de todas y todos: la de dejar que las mujeres puedan serlo sin ser señaladas o asesinadas. En ciencia, también.