l 18 de noviembre de 1960, hace ahora 60 años, el astrónomo Frank Kameny denunció ante el tribunal supremo estadounidense su despido del servicio cartográfico de las fuerzas armadas por no querer declarar en torno a su sexualidad. En aquella época, para trabajar en empleos públicos, y más en el ejército, había que rellenar un cuestionario afirmando no haber mantenido relaciones homosexuales. La razón de estos cuestionarios, en aquella época de inquisición en la guerra fría, estaba en detectar filocomunistas y otras conductas antisociales. Kameny perdió el pleito: no era el primer gay en sufrir este abuso injusto (que tardó decenios en ser derogado, por cierto), y en muchos otros países todavía hoy pueden condenarte a la pena de muerte por cosas de estas. En España, por ejemplo, todavía más de una tercera parte de las personas que se identifican como LGBT están en el armario en su lugar de trabajo porque detectan señales de que es lo conveniente. Y la mitad de las personas trans sufren acoso en el trabajo. Por supuesto, en lugares como Rusia o Polonia (en la misma Unión Europea) hay leyes lgtbfóbicas y discriminatorias sin que ningún país proteste por esas violaciones flagrantes de los derechos humanos.

Frank Kameny luchó en unos años sesenta que marcaron en todo el mundo el comienzo de muchas de las libertades que ahora vivimos como algo incuestionable. Y a pesar de ese ultranacionalismo ramplón del arriba y cierra etcétera en este país parece que con las nuevas leyes sobre las personas trans y sobre la realidad lgtbi vamos a cambiar un panorama desde el reconocimiento de la diversidad como un derecho fundamental. En el mundo de la ciencia, también: estos días celebramos la primera conferencia sobre diversidad en ciencia a cargo de una asociación, PRISMA, que nació en Navarra hace poco más de un año.