ay semanas en las que uno se siente tan indignado por lo que ve ahí que dan ganas de pegar un golpe en la mesa o decir algo gritando en las redes (o las columnas del periódico). El lunes paseé por el castillo de San Servando en Toledo, que acoge un albergue casi vacío ahora pero que fue la sede de los expertos en astronomía del rey Alfonso X el Sabio. Hablar de la forma en que hace casi ocho siglos pensaban sobre el cosmos me permitió huir de los comentarios sobre un negacionismo de vacunas televisado con famoseo incluido. Aunque me mordía la lengua y hasta se me escapó algún comentario jocoso sobre la imbecilidad de imaginar lo que no hay cuando al día siguiente me tocó hablar sobre Marte, ya en Pamplona y quedó grabado en YouTube. Llegué a redactar algún tuit sobre el tema porque me duele pensar que cuando tenemos un reto, el de parar la pandemia, la multiplicación de información falsa puede desviarnos de lo importante. Lo borré antes de enviarlo: un amigo decía que está haciéndolo últimamente y me he dado cuenta de que se puede, no decir nada, no responder a la agresión, darse cuenta de que total es obvio despreciar a quien difunde el odio. Es como con la parla fascista esa que ha emponzoñado la sociedad con mentiras. Estaba estos días comenzando a leer lo de Sánchez-Ostiz, su desbarre Moriremos nosotros también (Pamiela), y cuando iba a quejarme echando pestes contra esa gentuza decidí sentarme y leer: "Ahora la patria es un negocio recuperado y a pleno rendimiento que echa humo, exhibido hasta en los gayumbos, en las ligas de las strippers, en las culatas de las pipas de los matones...". Así que me callo: la bondad de callar, de vivir la historia, de leer a los maestros y los burlones, no responder a la provocación. Esperando que pronto los echemos y desaparezcan, eso sí.