La imagen del guipuzcoano robasetas está bien instalada en el imaginario foral. Tiene su bastante de realidad y su parte de exageración. Ellos son muchos, de buen paladar y con una geografía en declive para este bien escaso. Aquí, somos menos en número, no tan exquisitos y nos sobra monte y hayedo. La secular invasión otoñal de seteros giputxis sería pura globalización a escala micro, si no fuera por la competencia que les hace a los buscadores locales, a los que con frecuencia superan en número y no pocas veces en habilidad. Hace dos semanas, el onddo beltza navarro se cotizaba a 28 euros en el mercado de Tolosa el mismo sábado que en la plaza del Ensanche pamplonés rondaba los 40. Ignoro los motivos de esa disparidad de precio y si esta se mantiene en la actualidad. La derecha navarrista y sus medios de comunicación han contribuido a inflar la imagen del guipuzcoano robasetas, incluyéndolo en la lista de agravios a la Comunidad Foral en la que reiteradamente parecen recaer las autoridades y los habitantes de la Comunidad Autónoma Vasca. La realidad es que, en los pueblos de la Montaña, se mira igual de mal a todo buscador foráneo, ya sea de Hernani o de Barañáin, aunque luego se agradece el dinero que suele dejar en la hostelería local. Los cotos de hongos municipales han querido poner fin a la depredación masiva de la gente de fuera; cobran lo mismo al de Beasain que al de Berriozar. Luego, que Dios reparta suerte y olfato. Este fin de semana, además de disolver botellones y perseguir a gente sin máscara, la Policía Foral se ha dedicado a patrullar nuestros montes para multar a todo ciudadano de la provincia vecina que hubiera cruzado la muga en busca del preciado boletus. ¿Era esa la prioridad del Gobierno de Navarra el primer domingo de cierre perimetral? Nuestro cuerpo policial tal vez pretendía un aplauso fácil, pero va a acabar saliendo en tiras de cómic.