o entendí la obstinación de Manu Ayerdi con Davalor. Cuando en el sector eran vox populi las dudas en torno al proyecto, el entonces vicepresidente económico seguía apostando por lo que, a la postre, solo era humo. Dos millones de dinero público perdidos y un fiasco para Sodena, pero no el mayor, ni con mucho, en la historia de las intervenciones del Gobierno de Navarra en la promoción o salvamento de empresas privadas. Quizás no está de más recordarlo, pero, como si de una película de Tony Leblanc se tratara, en Caviar Per Sé, SL, filial de una empresa granadina dedicada a la cría de esturiones, la administración de UPN enterró cuatro veces más dinero que Ayerdi en Davalor. Y todavía falta mucho para llegar a los 50 millones que Miguel Sanz apoquinó para que la administración foral se quedase con el circuito de Los Arcos, iniciado por un empresario amigo suyo. Ese muerto sigue hoy pesando como una losa en los presupuestos de Navarra. Lo que diferencia a Davalor de esas y otras ruinosas operaciones producidas en la época de UPN es la diferencia respuesta de los órganos judiciales, tan dispuestos a iniciar ahora diligencias como remisos lo eran hace 10 años ante decisiones mucho más dudosas. No me acostumbro a ese mal sistémico que es la diferente vara de medir de la justicia a la hora de juzgar hechos con implicaciones políticas. Creo que Ayerdi se equivocaba en temas como el TAV o Aroztegia, pero ha acertado con la vuelta a la planificación de la economía navarra, su política de carreteras, su apuesta por las energías alternativas o su estrategia de especialización inteligente, que tan bién nos sitúa en estos críticos momentos de reparto de los fondos europeos. Echaremos en falta su rigor, su capacidad de trabajo y su dedicación al bien público. Javier Esparza ha conseguido al fin una victoria: la cabeza de Manu Ayerdi en su hasta ahora vacía vitrina de trofeos. Dudo que consiga muchos más.