unque el Consejo Político de UPN del sábado no fue finalmente transmitido en streaming, como pedía gente en twitter, hemos pasado un fin de semana bastante divertido. Ahora, después de echar las risas de rigor y recoger las bolsas vacías de palomitas y los cascos de cerveza, toca ponerse serios. En efecto, UPN ha hecho uno de los ridículos más espantosos de la historia política de este país y el PP se ha comido una hostia como un pan de Burgi, pero todo eso que nos ha hecho tan felices no nos puede hacer olvidar que al gobierno que preside Pedro Sánchez le ha salvado del desastre una contingencia tan casual como es la torpeza de un diputado de la oposición. Que no alardee Sánchez de su reputada flor en el culo. Si Alberto Casero hubiera andado solo un poquito más fino con el dispositivo de votación, la onda expansiva de la explosión no habría dejado títere con cabeza, ni en el consejo de ministros ni en la propia Moncloa. De todos los comentarios que he leído sobre lo sucedido estos días, el más certero es, sin duda, el de Gabriel Rufián: “Es muy peligroso ponerse en manos de mercenarios”, en clara referencia a los dos diputados de UPN. Porque te pueden salir rana. El PSOE sabía perfectamente qué tenía que hacer para obtener los votos suficientes para aprobar su reforma laboral sin tener que mirar a su derecha. No quiso, sin embargo, mover una coma del texto pactado con la CEOE, UGT y CCOO. A Esporrín, su portavoz en el Ayuntamiento de Pamplona, en cambio, la ha obligado a hacer un papelón desdiciéndose de todo lo que había dicho los días anteriores, para volver a apuntalar a Maya en la alcaldía de Pamplona. No está claro, además, que sea la única cláusula del contrato. “La foto es muy fea, camaradas”, añadía Rufián. Y uno de los que peor ha salido ha sido el PSOE y su sucursal navarra.