Cada una sabe cuándo le toca. A finales de septiembre, para carnaval... El sobre es inconfundible. Cuando llega, anotas la fecha. Cómo pasa el tiempo. Recuerdas la última vez. Ahora despliegas una inquietud similar. Se abre un plazo de varias semanas vividas día a día para ir descontando. Las últimas veces ha ido bien. Pero en ese tiempo otras han recibido malas noticias. Las estadísticas están a tu alcance. Conoces casos cercanos. Te planteas que puedes llamar y retrasar la cita. No es solución, más bien al contrario, pero lo cierto es que hay quien duerme mal y quien no se la quita de la cabeza los días previos. Quien se explora con avidez y con detenimiento.

En la sala de espera el ambiente es de tensa cordialidad. Como llaman por zonas, la sensación es curiosa, allí, juntas, las vecinas descontextualizadas. La prueba oscila de lo molesto e incómodo a lo brevemente doloroso. Depende. A veces hay que repetir y en ese rato te asaltan todos los demonios y te contienes porque eres una mujer más que adulta y allí son muy profesionales, no pueden decir nada, qué te van a decir, pues que ya sabes, que a veces las imágenes no son claras y mejor repetir que tener que volver otro día. Claro, asientes.

Miras las mamografías que se ven en la pared y no te dan ninguna información porque no tienes ningún conocimiento y todas te parecen igual de perturbadoras. Lo que para ti es un entramado de filamentos algodonosos y blanquecinos sobre fondo oscuro para alguien que los verá más tarde constituyen un lenguaje y tienen un significado concluyente. Te vas y cuando sales la vida es más ancha. Un rato. Luego, a esperar los resultados. Si todo va bien, el ritual se repetirá en dos años.