Con tres días de diferencia, dos noticias opuestas. En la primera se podía leer que el Arzobispado de Pamplona se inhibía ante las denuncias de víctimas de abusos y aducía carecer de competencia para investigarlas. Tres días después, el titular de la segunda informaba de que la diócesis de París se comprometía a denunciar las agresiones sexuales que conozca aunque no lo haya hecho la víctima.

Puesto que la máxima autoridad de la Iglesia Católica en un territorio ejerce una función de representación parece que es sobre quien recae si no legalmente (lo desconozco) desde luego sí moralmente la responsabilidad de reconocer los delitos cometidos por sus inferiores jerárquicos. Pero pasa como en política, difícil asumir errores y de dimitir ni hablamos. Hay muchos reinos pero todos son de este mundo.

Recuerdo un texto evangélico que habla sobre la utilidad de la insistencia. Viene a decir que si llamas y no te abren, lo adecuado es insistir, porque te acabarán abriendo aunque solo sea para que te calles. No sé yo.

Sería bueno escuchar al arzobispo algo así como Sí, esos señores (y en un caso señoras) cometieron delitos, hicieron mucho daño, no supimos proteger a las víctimas, mantuvimos que la verdad estaba con los nuestros o pensamos que el escándalo no hacía bien a nadie o menudo marrón, salpica, mejor apañarlo. Tapamos y perpetuamos el sufrimiento. Fuimos interesados e injustos. Y en la medida que lo hemos callado, no lo hemos depurado y no hemos establecido medidas para prevenirlo lo seguimos siendo. Que se dejen de jeribeques y competencias. ¿Por qué abusaron los abusadores? Porque podían. ¿Por qué calla el arzobispo de Pamplona? Porque puede. ¿Qué consigue? Posiblemente contribuir a perpetuar situaciones parecidas y desde luego, muy mala imagen. ¿Por qué el arzobispo de París actúa de forma diferente? Porque puede.