Se ha muerto el Capitán Tan. El tiempo tiene ese comportamiento ambivalente. Es tan indiscutible y objetivo como plástico a más no poder, una categoría emocional que adopta el color con que cada cual lo recuerde. Leo que los Chiripitifláuticos estuvieron en antena entre 1966 y 1974, lo que significa que no los vi desde el principio, la tele llegó a casa poco antes de que Neil Amstrong pisara la Luna. En Cabo Cañaveral tan avanzados y en casa, ya ves. Mi abuela, que respondía con corrección de manual al saludo de las presentadoras, no se creyó lo del pequeño paso para el hombre y en el segundo, otra abuela coetánea pasaba serios apuros cada vez que veía imágenes del mar, temía que el aparato no contuviera la inmensa presión del agua y se les inundara la casa. Un pánico tecnológico asociado a los avances y sus riesgos de la misma familia que el miedo al Sacamantecas que menciona Atxaga en Obabakoak, ese personaje que secuestraba niños para obtener su grasa y lubricar con ella la feroz maquinaria de los trenes.

A los Chiripitifláuticos originales: Locomotoro, el Capitán Tan, Valentina, y los hermanos Malasombra, se les sumaron Poquito, Fileto Capocómico y Barullo. Personalmente, me pareció una mistificación inaceptable. Aquello se me quedó pequeño. En 1970 me enganché a La flecha negra y cuando jugábamos yo era Dick Shelton. Algo después, y en sintonía con la época, me abdujo la serie OVNI (UFO) y me pirraba por el rubísimo comandante Straker y en menor medida por el coronel Foster.

Disfruté el programa durante no más de dos años pero en la memoria es una mancha como de acuarela, que se extendió, colorida y dulce, sobre un grupo de crías y críos que después de verlo bajaban a jugar a la calle.