e cuenta que llevaba varios días ocupando preventivamente la habitación de su hermana, que vive fuera. Ya lo hacía a ratos porque tiene más luz y una mesa más grande que la suya. En su casa le llaman el espacio polivalente porque todo el mundo lo aprovecha para estudiar, planificar trabajos o ver una serie sin interrupciones. Ahora, confirmado el positivo, es un lugar del que no sabe cuándo podrá salir. En el pasillo, junto a la puerta, sobre una silla, varias veces al día recibe una bandeja con comida que intenta ser atractiva al ojo, porque le podrían poner cartón y no lo notaría.

La semana ha ido dando su goteo de sospechas, sustos, llamadas, rastreos, pruebas y resultados en racimo. Varios positivos confirmados y otros en espera de saber si sí o si no. El entorno ha hecho sus espontáneas indagaciones y parece que los focos son diversos, pero ya dice que son eso, unas pesquisas poco más que recreativas porque el tiempo se hace largo y buscar las causas entretiene algo. El teléfono echa humo.

Por suerte, lo suyo se va solventando con paracetamol y dejándose llevar por la flojera cuando arrecia. Dice que echa de menos el contacto con el resto de habitantes de la casa. Que pegó en la puerta un cartelito dando las gracias por el cuidado y el cariño.

Me viene la imagen de mi abuela, tan cariñosa. Vivía en el piso de arriba y nos visitaba varias veces al día, pero retiraba la cara cuando íbamos a darle un beso si creía tener catarro. Me parecía una exageración. Con lo rico que es dar y recibir besos. Vivió la gripe del 18 y la prevención, seguramente, vendría de ahí. Creo que no he dado dos besos a mi madre desde marzo.