oy en Madrid estarán votando. Aunque las palabras se las lleve el viento, si una vez cerrados los colegios electorales llueve, las pocas que se mantengan todavía sobre el cielo capitalino formarán al precipitarse una densa capa de zolda que ríete tú de lo que costó quitar las nieves de Filomena. La de porquería que se ha levantado estas semanas.

Con la vergüenza ajena que he sentido durante la campaña se ha entreverado una especie de fascinación por el espectáculo. Un síndrome de Sálvame. El desahogo del personal escurriéndose por la tangente, un ejemplo, me atrapa. Yo me pondría como un tomate. Eso de que te pregunten algo y tú no contestes porque tu objetivo es soltar lo que traías preparado sin esforzarte en disimularlo, pegue o no, es admirable. Lo que no vale en un examen de Primaria se ha convertido en habitual. Hemos visto periodistas que preguntan y repreguntan hasta límites heroicos para quedarse sin respuesta. De alguna forma esta actitud también ayuda a conocer a quienes aspiran a gobernar, claro, pero preocupa que algunas y algunos candidatos se comuniquen como secuestradores, cordiales en el mejor de los casos, que más que pedir razonadamente la confianza del electorado intentan provocarle un síndrome de Estocolmo.

Las faltadas, los insultos, los ninguneos, las zancadillas, las mentiras, las gracias que no la tienen, las poses arrogantes, los desprecios entre contendientes y, hacia afuera, esa base de negatividad que se alimenta del desconocimiento y el prejuicio o directamente del odio puesta en escena también me abduce. Creo que es así porque me cuesta creer que haya quien piense que los demás necesitan menos que ellos o que merecen menos, aunque este verbo debería restringirse porque sitúa los debates fuera del marco objetivo de los derechos. Espero que acabe el día lo mejor posible.