ice Javier Enériz que una de las consecuencias de la pandemia ha sido el ensanchamiento de la brecha digital y administrativa. Me gusta esa distinción que hace el Defensor del Pueblo entre ambas, porque entiendo que la segunda es previa a la digital y su abordaje es también condición para el éxito de las medidas que se arbitren para disminuir la primera y porque pone coto al optimismo electrónico que a veces campea en el ambiente.

El síndrome de la bata blanca que dispara la tensión o multiplica los síntomas en presencia de personal sanitario tiene su correlato administrativo en el síndrome del formulario. Lo padezco con intensidad. En cuanto veo membretes y casillas me desazono. Y si veo términos cuya aplicación a mi caso desconozco por más que busque su definición y la entienda, no te quiero ni contar. Si añado a este apuro el de realizar el trámite digitalmente, hiperventilo con la conciencia de la multiplicación de las posibilidades de errar. Acabo soñando con que me implanten un chip, pero es una opción desesperada, lo admito.

Si regresan a la campaña de la renta de 2020, recordarán que desapareció la posibilidad de hacer la declaración en las oficinas de Hacienda y en las entidades bancarias. Fue un problema. ¿Qué parte de la población sabe cumplimentar su declaración? Sería interesante conocer el dato. Muchas personas lo solventaron acudiendo a asesorías o echando mano de familiares y amistades con mayores competencias, pero para los colectivos más vulnerables representó un verdadero problema que entidades como la Red de Lucha contra la Pobreza pusieron de manifiesto.

Dos años después, el acceso a internet, las habilidades para e-moverse y la comprensión del vocabulario administrativo siguen sin ser universales. El fortalecimiento de la digitalización ha de pasar por la simplificación de las relaciones persona-administración.