Cada mañana, poco antes de las 8, puede verse una pequeña cola de personas a la espera de que abra sus puertas el Aquavox del Casco Viejo de Pamplona. Algunos usuarios, gente joven o adulta, parecen tener prisa por hacer ejercicio e ir rápidamente a sus trabajos o estudios, pero desde siempre me ha llamado la atención el grupo de abuelos allá congregado. No dejo de preguntarme qué prisas tendrán para estar tan tempraneros con su mochila al hombro, dispuestos a darse caña en la sala de musculación o en las piscinas, con lo largo que es el día. En parte tengo ya la respuesta después de saber del proyecto De la pastilla a la zapatilla, puesto en marcha hace algún tiempo por los ayuntamientos de Huarte y Egüés, que empuja a los mayores a acercarse al deporte como fuente de salud. Quienes han entrado en este mundo, algunos por primera vez en sus largas vidas, dicen estar encantados desde que la médico les recetó gimnasio porque han mejorado física y mentalmente, han establecido nuevas relaciones y cada vez, más fuertes y confiados, quieren superarse. Da gusto saber de este entusiasmo y, desde aquí, prometo no volver a poner cara de extrañeza cuando vea a los jubilados de mi barrio a las puertas del Aquavox antes de que salga el sol. No son una rareza sino un gran ejemplo.