La raíz del problema puede estar en la sincera respuesta a la pregunta que en una ocasión me hizo alguien. ¿Como madre, prefieres que tus hijos sufran acoso escolar o que sean acosadores? Está claro que ni lo uno ni lo otro, pero si tuviéramos que elegir, creo que muchos optarían por tener un vástago agresivo. Todo antes de que al niño le hagan sufrir?

Del bullying llevamos oyendo hablar sólo unos años. No recuerdo cuando leí sobre ello por vez primera, pero sí la impresión que me causó saber que tenían nombre aquellas conductas que, con mayor o menor virulencia, han estado siempre entre nosotros. No hay que tener demasiada memoria para ponerle cara al bruto que pegaba a los más débiles en los recreos, a la pedorra que se reía de las niñas diferentes y al grupito que hacía mofa del estudiante solitario ante las risas cómplices del resto. Al menos, hoy en día, conocemos que alrededor de un 15% del alumnado sufre acoso de una u otra manera, aunque sólo un 20% de los casos llega a investigarse, tenemos detectado el problema, se comienza a educar para atajar estas actitudes y existe un clamar en apoyo a las víctimas. Muchos no supimos qué era el bullying ni que estaba mal, rematadamente mal. Ahora que lo sabemos, nadie tiene excusa para no plantarle cara.