Hemos dejado atrás las últimas tardes de agosto, ésas que desde siempre nos recuerdan que el verano se escapa de las manos. Cuando los chavales deambulan por las calles en vez de ir a la piscina, los padres se agolpan a las puertas de las librerías con bolsas de las que asoman rollos de forro y ves a algún fichaje de Osasuna de paseo por una ciudad que aún no conoce, está claro que se avecina el cambio.

A excepción de unos cuantos privilegiados, la llamada normalidad nos ha atrapado a todos y, a partir de mañana, las universidades navarras recibirán a más de 15.000 alumnos, la UNED abre su matrícula y escuelas e institutos esperan la llegada de sus discípulos. Al mismo tiempo, la vendimia arranca en la Ribera y hasta se ha abierto el plazo para optar a los puestos de venta de castañas en Pamplona. Sólo unos pocos pueblos que aún no han vivido sus fiestas y San Fermín Txiki infunden esperanzas de juergas estivales pero, no nos engañemos, hayamos o no podido disfrutar, la estación cálida se escapa hacia el hemisferio Sur y deja a casi la mitad de la población -trabajadores y estudiantes sobre todo- con un síndrome postvacacional del que puede tardar en recuperarse. Bueno, al menos a partir de ahora nos veremos los domingos en esta esquina.