Seguro que lo han escuchado. A primeras horas del viernes, un conductor del transporte urbano comarcal suspendió el servicio regular que une Barañain con Villava para llevar a una mujer a punto de dar a luz hasta el Complejo Hospitalario de Navarra. En estos tiempos en los que escasean las buenas noticias, los medios de nuestra comunidad se apresuraron a dar detalles del suceso y así supimos que la viajera se subió en la segunda parada de la línea 4 llorando, casi sin poder andar y con fuertes dolores de parto. Entonces se barajó la idea de llamar a una ambulancia pero, ante la inminencia del nacimiento del bebé, el chófer pidió permiso y, con el resto del pasaje, trasladó en pocos minutos a la parturienta a la Maternidad.

Lo dicho, un entrañable episodio al gusto de muchos que, sin embargo, a mí me ha causado inquietud y malestar. No es que quiera conocer detalle alguno sobre la señora, pero sí me persigue la pregunta de qué hacía esta mujer antes del amanecer, sola, dolorida y asustada por las contracciones que sufría en una parada de villavesa. ¿No pudo o no supo pedir ayuda médica de urgencia y por ello se vio obligada a bajar a la calle? ¿No tuvo quien le acompañara en el trance del alumbramiento? Igual exagero, pero no me parece una historia tan bonita.