El otro día me asomé a uno de esos locales de apuestas que proliferan por doquier y, en su interior, varios hombres pasaban el rato manipulando unas máquinas. Cuando uno de ellos echó a andar hacia la calle mirándose los zapatos, recordé la rabia que alguien expresó en Twitter al ver a un chaval llorando a la salida de uno de esos antros mientras le reconocía a un amigo que ya no podía más y que estaba fatalmente enganchado al juego. Hará unos cinco meses escribí aquí sobre el tema al calor de una pequeña protesta contra una de estas salas. Fue la primera, casi nadie se enteró, pero ahora cinco zonas de Pamplona están en pie de guerra contra las casas de apuestas y los salones de juego, sabedoras de que tienen a los barrios obreros como eje de su quehacer y a la juventud en su punto de mira. No es para menos. Desde 2010 han abierto en esta ciudad 22 de estos establecimientos (33 en los últimos 20 años), aunque al menos la unanimidad del Ayuntamiento propone suspender las licencias de apertura de dichos negocios hasta que sean regulados y todo el Parlamento ha instado al Gobierno foral a que dicte una moratoria que impida la aparición de nuevos locales. Hemos de darnos prisa si queremos frenar semejante despropósito porque el juego causa ludopatías y éstas, tragedias.