Estamos a unas horas de entrar en las celebraciones navideñas. Tengamos o no capacidad económica para afrontar las exigencias consumistas de estos días y fuerza emocional e ilusión para no caer derrotados ante tanta obligada alegría, las festividades han llegado y en estas fechas siempre me sorprende que, hasta quienes las aborrecen, se aprovechan de su nombre. Es decir, llevamos tres o cuatro fines de semana participando de cenas de empresa, quedadas con los colegas, comidas con la cuadrilla o los primos? Todo ello con la Navidad como excusa y, al menos en Pamplona, la apoteosis de estos anticipos festivos se concentró el pasado viernes alrededor del Casco Viejo cuando, a todo lo anterior, se unió el fiestón que los estudiantes convocan justo la víspera de disfrutar de 18 días sin clases. Es un no parar antes de empezar. Claro que si miras en la otra dirección, hacia las jornadas navideñas propiamente dichas, las actividades organizadas se cuentan por decenas y uno puede patinar en hielo, lanzarse por un tobogán que imita la nieve, ver belenes, luces y videoproyecciones, a los Reyes Magos y a Olentzero, pasearse en trenecillos, visitar mercadillos, etc. Puro entretenimiento para todos los públicos, no sea que en vez de distraernos, los días pasen lentos y nos dé por pensar.