na se sabe aburrida y predecible cuando en un triste Jueves Santo de covid y cierre perimetral se echa a la calle y, en pocas horas, coincide no una ni dos, sino tres veces con el alcalde de su ciudad en diferentes esquinas. A la tercera, me puse a pensar en tan extraña sintonía, parecía claro que uno de los dos no estaba en su sitio y, para qué engañarnos, yo era la desubicada. Cuando en el futuro escriban sobre esta pandemia, no debieran olvidar mencionar lo tediosa que ha sido. Hay quienes no han parado entre tanto teletrabajo o trabajo a secas, niños confinados y ancianos necesitados de constantes cuidados, lo sé. Pero el tiempo libre, mucho o poco, sin poder movernos ni hacer grandes cosas con los amigos, sin pueblo en el que refugiarnos está siendo un asco para mucha gente. Los días pasan lentos y algunos optan por jugársela -y jugárnosla- montando fiestas en todo tipo de locales -mientras la Policía también se aburre acechando durante horas hasta que logra identificar a los juerguistas cuando salen de sus escondites- y el resto subimos y bajamos cuestas, caminamos hoy dirección norte, mañana hacia el este, a la espera de que esta cargante historia interminable termine de una vez. Queremos escapar, y a poder ser lejos, de nuestros vecindarios y sus ediles.