El país mediático arde con las grabaciones clandestinas del excomisario Villarejo, un hampón de cuidado, y la ministra Delgado y sus comentarios sobre Marlaska, y con el invento de los burdeles trampa, algo no ya indecoroso, sino delictivo para otras cabezas; y por si lo anterior fuera poco, sobre la escena planea la gravísima acusación de gente de la administración de justicia española en plena farra de turismo sexual con menores en Colombia, asunto este sobre el que cae un silencio que no puede ser otra cosa que cómplice o una vergonzosa minimización.

Para no ser menos, en esta danza de las cloacas non stop o after hours o lo que sea, Casado, que también tuvo tratos con Villarejo -se supone que para cambiar cromos-, a quien el Tribunal Supremo le reconoce haber recibido trato de favor en la obtención de su dichoso máster, se libra de manera descaradamente política de ser investigado, algo que ya se sabía de antemano, no así sus compañeras de lujos académicos que sí son investigadas y es posible que paguen las rondas del simpa que ha hecho el príncipe pepero.

Fuente de chascarrillos parlamentarios, porque lamentablemente de ahí no pasan, a la chocarrera Villalobos le pillan esta vez comprándose ropa desde el sillón donde debería estar trabajando porque para eso cobra, en teoría, solo en teoría. Se le reprocha y contesta: “Hago lo que me da la gana”. Ese es el problema, que ella y otros como ella han hecho y hacen lo que les da la gana. Pero la cosa no pasa de ser una prueba más de su zafiedad constitutiva y bencina para el mentidero que arde, no va a arder, si sobran octanos. Parece mentira que esa persona ocupe un cargo público de representación política. Representa por sí sola a una buena parte del país, que la tolera y tolera el desprestigio de instituciones y profesiones. Qué puedes esperar de unos gobernantes así, que desde sus sillones parlamentarios juegan a monigotes electrónicos y duermen la siesta, y hasta la mona si les toca... cuando no urden cómo escurrirse del pago de impuestos.

Por su parte, la dimitida (le sobraban motivos) Cifuentes se va al cine a ver El Reino, una película que trata de la monumental juerga sucia que se han corrido en este país muchos de los pertenecientes a la casta política a la que ella pertenece y sale de la película recomendando vivamente esta por su valor documental nada menos que sobre la corrupción.

Y no solo eso, sino que, una vez repuestas del susto, arden las redes, y al calor de las hogueras el país salta y brinca, y se rasga las vestiduras o los harapos que nos quedan de tanto rasgar en balde.

Arden las redes, que podría ser el título de un esperpento nacional, un nuevo ruedo ibérico con sus viva mi dueño grabados en la navaja cabritera que utilizan estos bandarras para acuchillarse entre ellos mientras el país sufre la sangría de la pobreza, las colas del hambre y la extrema necesidad, de los desahucios, de los procesos por ocupación, asunto por el que casi nadie se rasga las vestiduras ni salta ni brinca, ni aunque dos ancianos de Oviedo, desahuciados, hayan pasado dos noches en un parque porque el juez hubiese omitido activar el protocolo de recurrir a los servicios sociales.

Y es que en una esquina de este mugriento tablado aparecen las escalofriantes cifras de la pobreza en España, que se hacen de inmediato invisibles o se reputan falsas o demagógicas porque estropean mucho el paisaje. Veamos: el informe presentado esta semana por la Fundación FOESSA indica que en el país de Villarejo y la Villalobos, existen 6 millones de personas “en situación de integración social muy débil y que podrían caer en la exclusión si empeorase la situación económica” y no solo eso, sino que un total de 8,6 millones de personas en España sufren exclusión social, 1,2 millones más que hace diez años. Hay motivo de sobra para que ardan las redes y bastante más que las redes, pero el caso es que fuera del sentido figurado, no arde nada, y pasa menos. Es demagógico señalarlo y derrotista también, en este país en el que ahora mismo los especuladores inmobiliarios te asaltan materialmente por la calle para intentar venderte a precio de oro lo que mucho menos vale.