que algunos miles de fichas personales de políticos, periodistas, magistrados, empresarios con indicación de sus vicios privados (vulnerabilidades las llaman), al margen de sus virtudes publicas, pudieran andar sueltas y ser objeto de comercio no parece preocuparle a nadie. En esta ocasión no hay rasgado de vestiduras, tal vez porque se considere con espíritu empresarial que todo está en venta y es objeto de negocio del mejor postor, o por puro fatalismo que se inclina ante lo inevitable... o concluyendo que todo eso son fantasías novelescas de un maleante que anda enloqueciendo en prisión.

Tampoco escandaliza a nadie que esas fichas con las que bien manejadas se puede hundir en su vida pública a ciudadanos sensibles provinieran del Centro Nacional de Inteligencia. Es preferible pensar que es un nuevo farol de ese siniestro personaje que es Villarejo o cosa de conspiranoicos y de ese thriller que no cesa, y que se rueda en las cloacas, esas que tampoco suelen rebosar demasiado a menudo. ¿Quién vigila al vigilante? Está visto que nadie. Estaría bien saber cuántos Villarejos hay en España y cuántas empresas de seguridad e información circulan en el filo de la ley, haciendo de la seguridad pública un negocio tan privado como opaco que mueve cantidades de dinero público que quitan el hipo. Novela negra... apenas. Y si de películas se trata, con cuidado; casi mejor que sean extranjeras, no vaya a ser que nos procesen por algún vago motivo o por uno urdido sobre la marcha.

Los detalles de esas compraventas hacen ver que al margen de la vida social y política del común, hay otra en la que lo que cuenta es el poder de dominar sectores económicos, políticos y sociales con presiones que, por lo visto, son tan efectivas como invisibles. Habrá que recordar los dossiers que circulaban entre el famoso y olvidado coronel Perote y el caballero de industria Mario Conde, que entra y sale de los juzgados como sutil lanzadera, y que en su día no impidieron que el financiero fuera a parar a la cárcel, que es donde ahora mismo está el otro camorrista amenazando en balde con tirar de una manta que la polilla del tiempo devora. La información es poder, y la llave de la basura privada, más, pero está visto que todavía hay alguien que se sustrae a ese poder y decide con los códigos en la mano. Algo es algo.

De la mano de Villarejo y sus espías hampones, asistimos al espectáculo de que decisiones financieras de envergadura, que atañen a la marcha de la economía nacional, se sostienen en algo más que en asuntos contables: una sorda pelea entre poderosos en la que no hay buenos ni malos, sino ganadores y perdedores, y en la que todo vale, todo lo que se pueda pagar se entiende.

No resulta improbable que si esos asuntos salen a la luz pública es porque hay otros intereses en juego que ese derecho a la información que da más risa que otra cosa: solo nos enteramos de lo que les da la gana a quienes manejan las fuentes de información, todo muy filtrado, muy dosificado, de fácil digestión. ¿Información o intoxicación informativa?

Es para pensar que buena parte de la vida pública española se sostiene en un espeso cieno que más que con el interés público tiene que ver con los conflictos de intereses económicos de grupos de presión cuyo objetivo no es social, sino de ganancias privadas, a las que el común de los ciudadanos, ese que padece los vaivenes económicos, es por completo ajeno porque no pasa de ser el pagano de una farra asocial que se celebra en otras instancias, en otro mundo casi, con dineros públicos o privados, tanto da.

Para el común y sus negocios públicos y privados no hay espías, ni thriller ni novela negra que valga; con evitar ir a parar a la famosa comisaría de Moratalaz (u otras) y que le fichen, hagan tocar el piano y le multen por abrir la boca, le basta. Al común le aguarda con los brazos abiertos la ley mordaza y los artículos del Código Penal pensados para que no se desmande, sea sumiso y esquilmable, y pague. Para novela negra, esta; pero esta no se escribe, no trae cuenta.