En estos momentos la palabra Reconstrucción puede resultar muy de comunicar coraje y resistencia, pero lo sería más si en lugar de hablar de reconstruir un régimen y un sistema social, político y económico, hablaran, y habláramos, de Construcción; pero está visto que ahora mismo tal cosa no está en el programa de nadie con poder otorgado por las urnas y que por lo que respecta al mundo nuevo sumiso, con el que se pueda hacer lo que se quiera, se piensa más en la Restauración de un sistema que se ha revelado nefasto, que en el reto de fundar uno nuevo que asuma el enfrentarse de manera directa o preventiva a las amenazas de nuevas calamidades.

Una sumisión institucional, más perfeccionada que la que ahora mismo practicamos, con la población recluida en sus casas, acogotada por diversos miedos y con su capacidad de rebelión y protesta reducida a mínimos inanes, testimoniales, de niebla y humo. Se está aboliendo la presencia física en todos los terrenos y de ese modo se puede abortar a origen toda clase de protestas ante medidas, públicas, privadas y corporativas, abusivas y gravosas para los más dañados en los ámbitos laboral y económico, que pueden llegar si se confirma el negro panorama de catástrofe económica que se avecina, que ya está aquí, todo lo encubierta que se quiera detrás de lo sanitario. El teletrabajo del que tanto se venía hablando está muy bien, pero es posible que tenga más letra pequeña y trastiendas en beneficio de la patronal de lo que se piensa.

El blindarse ante la hostilidad del medio y sus agresiones va a ser un objetivo individual y corporativo. ¿Por qué motivo los despidos de sanitarios en Madrid no han causado la indignación y respuesta que debieran? Conviene preguntárselo porque si el mundo nuevo que se anuncia se basa en esos cimientos, vamos dados y la reconstrucción va a ser un hecho, en el peor sentido de la palabra. Las consecuencias de la pandemia pueden ser una panacea para empresas tocadas del ala. Lo de no dejar a nadie atrás está muy bien si nos explicaran con detalle el cómo y el con qué, cuando de lo inevitable se trata.

Pero por el momento lo que cuenta son los números de contagiados, fallecidos, curados y la quiniela internacional, algo por completo superfluo. Este es el gran momento de la extrema derecha, el del desorden extremo, el del río revuelto. Es el momento del quítate tú para que me ponga yo con idéntica ignorancia de fondo del alcance del virus, de sus consecuencias a medio y largo plazo, y la misma incapacidad de gestionarlo de otra manera que no sea apetachando, parcheando, una ocurrencia detrás de otra, más a ciegas de lo que pensamos, en la medida en que esto que nos ha caído encima era desconocido, impredecible por completo, inimaginable como no fuera dentro de las fantasías de futuros peliculeros, lejanos y distópicos "imaginarios e indeseables en sí mismos", según la Real Academia, y, en consecuencia, la capacidad nuestra de respuesta era por fuerza endeble, como se ha demostrado, por mucho uniformado que se haya echado a las calles.

Mientras tanto crecen las colas del hambre, como crece el rumor de Fronda del impago de alquileres por imposibilidad manifiesta de pagarlos; se destapan condiciones de vida que son de todo menos eso; se están produciendo despidos tanto encubiertos como por derribo; hay fuga de capitales con ingeniería financiera de primera y sin ella, anunciada poco menos que con pregoneros; las multas se propagan como un auténtico virus, con motivos y sobre todo sin ellos (al parecer), y los abusos de autoridad también, documentados gráficamente, por mucho que, ya de manera tradicional en su caso, no le consten al ministro del Interior, que, él también, pide libertad y democracia, como la tropa cavernaria capitaneada por el Copero Mayor del Reyno, el marqués de Vargas Llosa. Cuando más necesitados estábamos de una actuación y una defensa común, la discordia política y social ha florecido primaveral en el jardín de Caín. Algo insólito, sin duda, que suscita el asombro foráneo, pero sobre todo deprimente, de muy mal augurio.