No estamos para entonar el que bien está lo que bien acaba, o cuando menos lo que termina por desgaste y derrota, porque la calamidad que nos ha tenido tres meses recluidos no ha hecho otra cosa que ralentizarse, apaciguarse, y amenaza con reproducirse. Poco importa que, por decreto, termine el estado de alarma y con él las medidas de confinamiento y límites a la libre circulación, que no su causa inmediata, esa que por ahora todavía escapa a medios clínicos y administrativos, plegarias y boletines oficiales: la pandemia que no ha terminado, sino que en algunos lugares se está recrudeciendo. Ahora empieza, con el verano, un después del después, que viene de lejos, pero por decreto, insisto. Si no me equivoco, empieza de manera oficial lo que dieron en llamar "la nueva normalidad", algo que considero una sandez porque lo que ya estábamos viviendo ni era normal ni nuevo, y esto suena a más de lo mismo, en la medida en que todo el mundo quiere volver a donde estaba, y a la carrera, como aquel tullido del chiste que le pedía al santo que le dejara como estaba porque ya estaba suficientemente estropeado. Las carreteras y los bebederos tribales abarrotados son la mejor prueba de lo que digo. Hay ganas de pasar página y de huir de los escenarios de la muerte, a los Benidorms y a los pueblos de donde se procede o donde esperan las segundas residencias, a ser posible con txoko de asaduras y bodega, como si aquí no hubiese pasado nada. Ya estoy oyendo la cohetería. En el aire está el ser pragmáticos porque es tendencia. Pragmatismo fue el abandono criminal de ancianos en los morideros madrileños, una eugenesia burocrática y política que ha dejado poco menos que indiferentes a los que se oponen a la llamada muerte digna, pero se han servido de esas muertes para el acoso y derribo del Gobierno. Esto tampoco es nuevo, en la medida en que atacar lo que ayer se reclamaba y viceperversa entra dentro de las maneras y mañas del quehacer político. Está visto que, después de aplaudir, hacerse selfies con ellos y tacharlos de héroes, todo el sector sanitario, limpieza incluida, ha sido devuelto a la sentina de la invisibilidad, la precariedad, la privatización y los contratos basura, y que de lo dicho, Nada o poco. Y si salen a la calle, palo. Y pragmatismo ha sido oponerse a investigar a Felipe González por la creación del GAL porque para qué, si todo el mundo sabía que Mister X era él. Que Podemos haya dado marcha atrás, en lo que sonaba a melonada despectiva, no quita para que en el aire esté el no remover, no porque el hacerlo distraiga de asuntos de Estado de más envergadura, sino porque es tradición nacional no vaciar los pozos negros gubernamentales porque nunca se sabe hasta dónde llegan y a quién acaban salpicando y porque no. Además, qué curioso que sea ahora cuando salta ese bochornoso asunto al circo mediático (y político) a modo de cristiano arrojado a los leones. Si no resulta nada sorprendente la indiferencia generalizada con la que se han recibido las noticias del desclasamiento de papeles de la CIA que acusan directamente a González de la creación del GAL, tampoco sorprende mucho esa negativa y esa renuencia muy extendida, y de manera mediática apoyada con firmeza, de no investigar al máximo responsable de los GAL. El tratamiento judicial y penitenciario de los responsables políticos de los asesinatos hablaba por sí solo: cumplieron menos pena que los días que llevan los muchachos de Alsasua en prisión por una pelea de bar. Y ahora sale la diputada Adriana Lastra, en representación y defensa del PSOE (partido del que es vicepresidenta), defendiendo a González y afirmando que "nosotros no somos de revisar cosas". Suena indecente, cierto, pero es pragmático y en ese sentido no se aparta del guión y clima nacional. Quedan crímenes sin resolver y quedan víctimas no ya sin ver reconocida su condición, sino recibiendo una reiterada venganza gubernamental. Las hemerotecas no engañan. Basta asomarse a ese pozo de infamia y ahora, con las herramientas informáticas que tenemos, es bastante fácil hacerlo y comprobarlo. Memoria democrática.