o hay quien no se lo pregunte en estos momentos de furia, desconcierto y expectativas de vacunación; pero el caso es que el esto es demasiado amplio como para que acabe y nos deje libres, y exhaustos, en una época nueva en la que de poco nos van a valer a la mayoría las mañas de hace un año ya, otra época, otro mundo. ¿Hasta cuándo? Se diga lo que se diga, nadie lo sabe.

Es obvio que esto es la pandemia, pero también Bárcenas & Familia, ese cristiano echado a los leones por el neroncico de M. Rajoy y sus compinches, cuyas andanzas condenadas a dar en nada ocupan planas de noticiero, a la misma altura que el drama de Letizia Ortiz que no tuvo flores ni atenciones de royality en su viaje caribeño, o por ahí, que me es igual por donde andan los borbones, en la medida en que lo hacen fuera del alcance de la ley del común, y a juicio de la IDA mayor del reino les basta con pedir disculpas para evitar la cárcel que por los mismos hechos aguarda ala mayoría con los brazos abiertos. ¿Cuándo va a acabar esto? Ni se sabe, por mucho rumor de Fronda republicano que pueda haber o que se desee de ardiente manera escuchar.

Sí, cuándo va a terminar la historia del Poder Judicial atrincherado en kabila amotinada frente a un Gobierno incapaz de hacer de verdad frente a esa jarca de magistrados que creen tener el poder de dirigir de facto la marcha del país. Lo digo porque ya es raro el asunto de verdadero calado político que no pase por sus manos o por las de sus camaradas de la Audiencia Nacional o el Tribunal Supremo, en manos de togados politizados de manera partidista y que de esa manera actúan. Una de las últimas pruebas es el festejo jurídico-mediático organizado en torno a la increíble repetición del juicio contra Arnaldo Otegi y sus compañeros de Bateragune. ¿Non bis in ídem? ¿Nadie puede ser juzgado dos veces por los mismos hechos? Eso era antes, cuando la ciencia jurídica no se ocupaba de retorcer las leyes para hacer de ellas lo que en pugna política convenía en cada momento. No era necesario. Ahora sí. Son incomprensibles los argumentos que esgrimen los que quieren volver a sentar en el banquillo a quienes fueron condenados y cumplieron condena tras haber padecido un juicio que ha sido declarado no justo por instancias superiores.

La aprobación de la ley de eutanasia nos va a dar renovados motivos de preguntarnos hasta cuando va a durar la grosera camorra de la derecha, seria amenaza de un orden nuevo regresivo y temible, o hasta cuando vamos a asistir a gamberreos de uniformados (o así tratados para no entrar en el fondo del asunto), que bailan, gesticulan y berrean canciones nazis o falangistas, mientras en las bambalinas de este esperpento los tenedores y cuchillos de las casas de comidas a doblón hacen el papel de sables€ prefiero pensar que es así y no copazos de Machaquito de bar de oficiales, a la antigua usanza.

¿Hasta cuándo las colas del hambre? Porque por mucha toga y uniforme que gasten, a estos no se les oye jamás hablar de esa realidad imposible de ocultar, que conforma la verdadera cara del país al que pertenecen: la pobreza, la desigualdad, el abuso.

Está claro que una parte significativa del país se resiste a dejar el pasado siniestro de España de verdad atrás, y es reaccionario, autoritario y muy poco proclive a avances sociales del orden que sea, vivienda, sanidad, salud, trabajo, y a respetar el resultado de unas elecciones si este no es de su agrado. Por fortuna, hay otro país, otros ciudadanos a los que el esto es incapaz de ahogar por mucho que empuje€ ¿Hasta cuándo? Ni idea, pero ese país resistir, resiste, en la periferia que quiere otro modelo de Estado y en el Madrid de los chungos y los fules incluso, ese que quiere un país entero a su imagen y semejanza, con sus diferencias culturales reducidas de muy jíbara manera a folclor y solo a eso. Machado creyó ver ese país que tenía ambiciones de cambio social y político más allá de la monarquía y sus parásitos hace más de cien años cuando escribió de aquel español que quería vivir y empezaba a hacerlo entre una España que moría y otra que bostezaba, y se llevó una decepción trágica que le empujó al exilio y a la muerte.