Hemos perdido contacto con la realidad, la simplicidad de la vida. La frase es de Paulo Coelho pero encierra tanta verdad como comprobar en ella que la autenticidad que esconden las cosas más sencillas se nos pierden en el camino. Estoy segura de que si pudiéramos desprogramarnos lentamente para disfrutar o percibir aquello que nos ocurre en el día a día y que muchas veces nos pasa desapercibido sabríamos que nuestras vidas se vuelven proporcionalmente menos intensas cuanto más complejas se nos montan o las montamos. Esto viene a cuento de una operación fue a vida o muerte de un ser cercano. Nadie diría que la tía Isabel estaba a punto de ser octogenaria si no fuera porque la pulsera del hospital donde le ingresaron tras sufrir una fuerte arritmia delató indefectiblemente su edad. Un camisón azul y una pulsera, un cuerpo más en manos de la milagrosa ciencia. Y fue fácil depositar la confianza en el gran equipo de cirugía y de la unidad coronaria del Hospital de Navarra, personal médico y de enfermería humana y profesionalmente ejemplares. Nueve horas de quirófano, dos válvulas cardiacas y cuatro puentes coronarios, cinco de ellas trabajando con el corazón fuera del cuerpo. ¿Por qué a mí? Un cuerpo sano pero un corazón sensible a la vida y a las emociones, tal y como lo pintamos, en rojo y sangrante. Firmó el consentimiento, más de un 20% de riesgo, se aferró a la vida como una jabata y entró a quirófano como a empastar una muela. La capacidad de superarse es posible a cualquier edad y esa generación que ha aprendido a base de picar piedra nos deja boca abiertos cuando les vemos con tanta ilusión. Curiosamente lo más duro de esta odisea está siendo el postoperatorio. Después de ser capaz de superar su propia muerte le cuesta mucho más vencer la soledad. No quiere estar sola ni un minuto en esa habitación con vistas a la sublime capilla de 1906, rodeada con tubos y pastillas. Le molestan la tele y las revistas, sólo quiere compañía humana, y si es posible femenina... Tan grandes y tan pequeños a la vez. Así somos.
