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La patria son los impuestos

otro ídolo de masas que se cisca en la muchedumbre que lo adora mudándose a Andorra para pagar menos impuestos, como una ínfima décima parte de sus ingresos en lugar de la mitad que apoquinaría a la Agencia Tributaria. Allá Marc Márquez con su conciencia, la que ya vendieron al fisco suizo otros campeones en amasar parné como Contador, Lorenzo o Pedrosa y en su día Alonso, solo por citar a deportistas en activo. Pero un poquito de dignidad para los aficionados que han venido mitificando a esos iconos de jeta marmólea, a estos supuestos paladines de la marca España -recuerden la impostura de Arantxa Sánchez Vicario besándose sus muñequeras rojigualdas mientras distraíaimpuestos a espuertas- que se han convertido en acaudalados referentes publicitarios merced a la plebe cuya educación y sanidad se niegan a sufragar. Abra los ojos toda esa gente que venera cual dioses a quienes se abrazan a la bandera o enarbolan causas pretendidamente altruistas solo para hacer caja propia sin dejar a los demás ni las migajas, cuando nada hay más patriótico ni solidario que cumplir con Hacienda incluso con resignación. Y rebélense al fin, por ejemplo recurriendo al democrático boicot en las redes sociales, contra tan impúdica avaricia, contra la codicia de quienes por lo demás ganan en un día lo que en años de duro tajo aquellos que les jalean, si es que tienen la inmensa fortuna de preservar la nómina. Sin tragarse la patraña de que los deportistas de élite, pobres héroes, deben acumular toda la guita posible por resultar sus carreras demasiado cortas; desde luego, no más que las de esos congéneres que se están incorporando al mercado laboral a los 30 años y para los 50 serán considerados trabajadores viejos, carne de despido fulminante. Todo ello desde la premisa de que existen evasores por la pervivencia de paraísos fiscales, como una treintena al gusto del consumidor. Fortines de la usura y la ruindad que perduran porque las grandes multinacionales y los fondos buitre manejan a todos los gobiernos occidentales como títeres sin cabeza. Y también sin alma.