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Asombrado

el erotismo sumiso está de moda. No hay más que ver las asombrosas cifras de recaudación que en su primer fin de semana ha logrado la primera entrega cinematográfica de la trilogía de E.L. James cuyo nombre no merece la pena ni citar: 7,1 millones de euros en España y 210 en todo el mundo. Asombrado me quedo del éxito de una obra, tanto la literaria como la cinematográfica, que hace apología de la sumisión de la mujer al hombre, del maltrato vestido de terciopelo y del macho rico-guapo-poderoso paradigma de depredador sexual. Por muy consentido y pactado que esté todo en la cama algunas decisiones consensuadas también pueden acabar en tragedia. Los psicólogos están hartos de tratar demasiado sufrimiento generado por expectativas imposibles y por sumisiones penosas. Ahora resulta que el BDSM, unas prácticas siempre minoritarias y marginales, es lo más cool en materia de gustirrinín. Excitar o excitarse ahostiando a tu pareja (aunque sea con mucho cariño y con líneas rojas teóricamente intraspasables) puede ser al final más dañino que el efímero y material goce. El sufrimiento invalida la vanagloria del placer y es campo abonado para episodios de malos tratos que tiñen de drama este tipo de complejas relaciones. He de reconocer que no he sucumbido a este anglosajón fenómeno editorial ni lo haré al hollywoodiense de la gran pantalla. El porno blando no me va. Me ponen más 9 semanas y media, El amante o El último tango en París. Carca que es uno. Asombrado me tiene esta moda que importa la globalización y las riadas de gente hacia los multicines. Me recuerda las escenas de los años 80 en los que manadas de consumidores de cine facilón acudían a las salas casi con el único propósito de ver tetas y culos. Y a las colas que formaba la mítica Emmanuelle en los cines patrios. Por no hablar del landismo imperante al final de la dictadura. Asombrado ando al ver que lo que venda ahora sea esto de andar dándose zurriagazos entre la gente guapa.