Europa social o finiquitada
desentrañemos para empezar la trampa del lenguaje: las personas hacinadas en Idomeni en absoluto pueden denominarse refugiados, porque nada tiene de cobijo un lodazal infecto constituido en un campo de concentración elevado a la enésima potencia al no disponer siquiera de barracones. Definido en toda su crudeza el atroz enclaustramiento de miles de seres humanos entre Grecia y Macedonia, la premisa básica es que una civilización como Europa que en origen quiso distinguirse por su filantropía y que en consecuencia debe conducirse como algo más que un mercado común -de hecho, la circulación de personas era una de sus principales señas de identidad junto con el euro- no puede promover bajo ningún concepto expulsiones generalizadas de los desplazados que en su infortunio aún han tenido la suerte de no fenecer en ese cementerio en el que se ha tornado el Mediterráneo. Y más externalizando la gestión meramente policial de ese colectivo ultrajado mediante un nauseabundo acuerdo con Turquía, pese a sus obvias carencias democráticas, a cambio de dinero, el fin de los visados y el compromiso de avanzar en su integración en la UE. Se trata de una cuestión de principios, de no ahondar en la senda de la putrefacción ética y del extravío de una conciencia colectiva proclive a la protección de la pobre gente que huye de la misera y la guerra. Una deriva indigna que además no sirve tampoco bajo la perspectiva política para frenar el auge de la ultraderecha, como acaba de comprobarse en las elecciones regionales alemanas. Al contrario, la recuperación de la Europa social sobre el basamento de los Derechos Humanos y el vigor de los servicios públicos que aquilatan el estado de bienestar contribuiría decisivamente a adecentar las vidas de esos conciudadanos comunitarios que votan opciones fascitas no por afinidad ideológica, sino al sentirse violentados en su fragilidad por la amenaza exterior. Urge en Europa un liderazgo humanista que abrace sus esencias benefactoras y que acometa con inmediatez un plan de acogida integral con las intervenciones que, sencillamente, quisiéramos para nosotros y nuestra prole. Ni más, ni menos.