demasiado político inane, de esos asidos al pesebre público, ha hecho proselitismo del emprendimiento a modo de maquillaje de las penosas cifras del paro. Una apelación que a menudo se ha convertido en un harakiri en diferido por la desesperación ante la falta de perspectivas laborales pero también por la carencia de las destrezas multidisciplinares que se precisan para levantar de la nada una estructura de negocio a partir de una idea con un nicho de mercado y que aporte una ventaja competitiva. Porque el correcto desempeño de un oficio no habilita para desarrollar una empresa si no se dispone de entereza de ánimo, aptitudes sociales y conocimientos relevantes en los ámbitos comercial y financiero, más siquiera un mínimo en cuanto a gestión de personal. Resulta perentorio por tanto, con crudo realismo y en aras a un emprendimiento sostenible, profundizar en la purga desde los entes de asesoramiento para no condenar a nadie y a sus allegados a una deuda perpetua. Anteponiendo el enfoque cualitativo al cuantitativo, pues desde los poderes públicos -con la complicidad de los medios de comunicación- se ha incurrido en la irresponsabilidad de enfatizar el número de sociedades creadas aunque la mayoría no estuvieran en condiciones de cumplir ni dos años de vida. Junto con ese mayor cribado, se antoja imprescindible ahondar en la colaboración público-privada con el fin de que los proyectos en principio viables cuenten con financiación con la que arrancar y con facilidades de devolución si media fracaso, bien entendido que no hay pequeña empresa que pueda sustentarse a medio plazo sobre el crédito. La enseñanza reglada también debiera contribuir potenciando la creatividad de forma transversal, para que a partir del Bachillerato y de los niveles avanzados de FP pudiera inocularse, mediante los pertinentes talleres para fomentar las habilidades indispensables, la convicción de que el autoempleo es una alternativa tan de futuro como el trabajo por cuenta ajena o el funcionariado. El reto final radica en prestigiar sin banalizarlo al emprendimiento y sobremanera al buen empresario, a ese que consolida una actividad de valor agregado y que genera un empleo de calidad que procura el bienestar de sus trabajadores y también de la colectividad a través de sus impuestos.
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