si el trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX habrá que retomar la cruenta lucha obrera que por ejemplo logró con sangre, sudor y lágrimas la progresiva reducción de la jornada laboral, de entre doce y quince horas entonces. Y como semejante regresión no la quiere la mayor parte de la patronal habrá que colegir que Rosell en absoluto representa al empresario que hace honor a tal nombre en lugar de denigrarlo, es decir, al emprendedor que procura empleo con unos niveles razonables de estabilidad y remuneración, ese que busca el lógico beneficio pero no a cuenta ni a costa de la explotación del trabajador. Precisamente en esos parámetros tan alejados del lenguaraz Rosell y de todos los que le hacen la ola en la CEOE se conducen la generalidad de los pequeños y medianos empresarios que cada día sudan la gota gorda para seguir adelante merced a su talento y su esfuerzo, los que apoquinan el 90% de los sueldos y no han tenido nada que ver con la progresiva devaluación del marco laboral, hasta posibilitar el despido con veinte días de indemnización por año trabajado argumentando una previsión de pérdidas. Una depauperación de la que resultó instigadora principal la misma CEOE que proclama que la soldada hay que ganársela todos los días, como si no lo tuvieran grabado a fuego los asalariados concienciados de que la competitividad de sus empresas en un mercado globalizado precisa de unas crecientes flexibilidad y productividad. La aberrante perversión que subyace en las palabras de los capataces encorbatados al estilo de Rosell es que pretenden universalizar la rotación consustancial a las actividades temporales, haciendo de la excepción una regla que supone tanto el espasmo del consumo -la savia de la actividad económica- como la tumba del sistema de protección social. Pues con la precariedad laboral no se sostienen los servicios públicos esenciales por el quebranto en la recaudación fiscal, como tampoco las pensiones públicas por la merma de los ingresos de la Seguridad Social aun con más población ocupada. Reconózcase por tanto a los empresarios socialmente responsables, creadores de riqueza y de bienestar para la colectividad, además de para ellos y los suyos. Como es natural y por supuesto legítimo.
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