como ya sucedió con la consulta en Escocia, Reino Unido se apresta a desempolvar las urnas para que la ciudadanía pueda decidir sobre cuestiones de fuste al margen de las contiendas electorales clásicas. En apenas quince días, los británicos con derecho a voto se pronunciarán sobre la permanencia en la Unión Europea, en otra apuesta por la democracia directa ante la que no cabe más que congratularse. No obstante, cabe precisar que tal profundización democrática fue arbitrada por el Gobierno de David Cameron como freno a los éxitos electorales de un partido euroescéptico pero sobre todo antiinmigración como el UKIP, cuyo líder Nigel Farage proclama abiertamente que su campaña a favor del Brexit está impulsada por el “viento de la antipolítica”. En consecuencia, el día 23 se dirime en el Viejo Continente si triunfan las tesis más retrógradas y ultras o si por el contrario el populismo xenófobo sufre una derrota que frene el auge a lo largo y ancho de Europa de estos movimientos aberrantes. Un resultado este último que podría resultar tranquilizador, pero que en absoluto debiera persuadir a los prebostes comunitarios a dejar todo tal cual desde el encumbramiento de la macroeconomía, en la que por cierto se basa el argumentario en contra del Brexit propalando por ejemplo que el bloque europeo constituye la mayor cuota del mercado mundial -el 16%- o que cualquiera de los 28 miembros de la Unión sufrirá fuera de ella una irrecuperable pérdida de competitividad y pulso exportador. Porque los datos macro no dan de comer a la gente ni tampoco sirven por sí solos para nutrir los servicios públicos que deben servir de colchón para los colectivos más desfavorecidos, que son precisamente los que en mayor medida recelan de la inmigración por configurar el sector más débil. Sólo desde una Europa social entendida como una comunidad de principios y valores puede articularse por tanto una Unión más cohesionada e integradora, y eso debiera comprenderlo Cameron antes que nadie por mucho que su campaña por la continuidad esté soportada por el establishment, incluidas las cincuenta principales empresas industriales y tecnológicas del Viejo Continente. Sólo con un discurso más humanista podrá el primer ministro imponerse a las invectivas simplistas de sus correligionarios críticos en el Partido Conservador. Los principales censores, el actual ministro Gove y el exalcalde londinense Johnson, que pretenden sin ningún disimulo aprovechar el viaje para convertir el Brexit en un Camexit.