henchidos todavía los corazones rojillos de puro gozo, aún en la retina las imágenes de exaltación del osasunismo por doquier, el personal se va percatando de la trascendencia del ascenso más allá de la vertiente deportiva y el deleite de zafarse con las estrellas mundiales. Porque aunque el fulgor de la competición enmascarase la cruda realidad, lo cierto es que Osasuna se hallaba en notorio riesgo de desaparición a poco que se torcieran las cosas sobre el césped, con dramáticas consecuencias para el erario público. De hecho, si subsiste es por la dación en pago de El Sadar y Tajonar al Gobierno foral -el mayor acreedor de una mastodóntica deuda que llegó a superar los 80 millones, 53 con Hacienda-, que ahora debe restituir ese patrimonio tasado en 43 millones al club conforme éste liquide su débito recurriendo a los 40 millones largos en derechos televisivos que comporta jugar en Primera. Tanto o más relevante que el retorno a la élite resulta que el osasunismo en su conjunto asuma que ya nada podrá ser lo mismo tras la quiebra financiera y moral de la entidad, pues sólo desde el saneamiento pleno de las cuentas, la decencia en una gestión cumplidora con el fisco -en Primera aportará sólo en IRPF e IVA al menos 15 millones- y una política de cantera innegociable el club tiene tanto porvenir como sentido. A partir de la evidencia de sus seculares limitaciones para generar recursos propios -hasta el extremo de que únicamente un tercio del presupuesto en Segunda ha provenido de la suma entre taquillas, abonos y publicidad-, esta bajada a los infiernos y posterior renacimiento ha ratificado a la afición como el principal activo de una entidad que es mucho más que un equipo de fútbol. Hasta convertirse en un sentimiento que amalgama a esta tierra diversa y por tanto en su emblema en el exterior, con enorme potencialidad para prestigiar a Navarra asociándola a los valores del tesón y la austeridad. Ese sentimiento que refleja mejor que nada la fotografía de Patxi Cascante, publicada el domingo y que hoy reproducimos en la página 53, en la que Luis Sabalza se abraza extasiado a Miguel Flaño y Kodro, con las gafas caídas de la nariz y soportadas ya sólo por el labio inferior. Unas lentes las del presidente rojillo que proyectan la mirada ilusionante que merece este Osasuna resucitado a lomos de las señas de identidad que nunca jamás debió extraviar.