Coincidiendo con la publicación de la lista Forbes de las personas más ricas del planeta, un nuevo estudio dirigido por Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2011, vuelve a constatar el crecimiento constante de la desigualdad en el reparto de la riqueza en el mundo. El 1% más rico ha acaparado entre 2000 y 2024 el 41% de toda la nueva riqueza, mientras que solo el 1% fue a parar a manos del 50% más pobre de la población. La crisis y sus consecuencias –desregulación financiera, pérdida de horas de trabajo, asalto a las pensiones públicas, empleo precario, etcétera–, siguen ahí. Desde hace muchas décadas no asistíamos, al menos en vivo, en directo y con alarde de ello, a un mundo movido tan exclusivamente por los dioses del Poder y del Dinero. Stiglitz, quien estuvo en Iruña hace apenas 15 días compartiendo sus reflexiones sobre este presente, incide con los datos de este nuevo estudio en la tesis de su ensayo El precio de la desigualdad, en el que advierte de las desastrosas consecuencias de una sociedad global en creciente desequilibrio.
El texto original se publicó en 2012 y desde entonces el aumento de la desigualdad en favor de quienes ya poseen la mayor parte de la riqueza total ha sido exponencial. La clase media está siendo desplazada hacia los márgenes de la precariedad conforme el reparto equitativo y justo de la riqueza, la igualdad de oportunidades, la profundización democrática y la solidaridad y eficacia en la gestión de los recursos públicos han sido apartadas a un muy secundario segundo plano en el mejor de los casos. El nuevo poder solo entiende de su otra cara de este modelo de la desigualdad, el dinero, y las decisiones ya no se toman en función de la voluntad libre y democrática de la ciudadanía, sino al dictado de lo que exigen aquellos que efectivamente gobiernan el mundo, las multinacionales y las grandes corporaciones militares, energéticas, tecnológicas, cuyo poder absolutamente no democrático ha reducido a casi nada lo que quedaba del ideal democrático de la igualdad de oportunidades.
Cada año mueren millones de personas en guerras, conflictos o desastres naturales ante la dejadez internacional solo por la las ansias egoístas de la acumulación de todas las riquezas en muy pocas manos. Este capitalismo no tiene miedo alguno, porque tampoco hay un contrapoder que le haga o pueda hacer frente. El aumento constante de la desigualdad entre seres humanos o la involución del reparto de la riqueza en favor de quienes más poseen no han encontrado ni alternativa ni respuestas. No solo no se ha puesto final a las desigualdades del sistema capitalista, sino que se acrecientan. Este crecimiento de la desigualdad –el estudio de Stiglitz advierte también que la riqueza heredada trasnferirá a los herederos de esa dinero y poder 70 billones de dólares en los próximos 10 años–, amenaza ya severamente derechos fundamentales. No se trata de demagogia, sino de la urgente necesidad de revisar el orden de prioridades de las políticas para evitar el regreso a los desequilibrios económicos y sociales viejos y nuevos y a sus desgarradoras consecuencias que el Nobel Stiglitz recuerda como advertencia de lo que puede llegar si no se cambia de dirección. Su configuración política serán las nuevas autocracias con un barniz falsamente democrático. O quizá ya están aquí.
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