No había oído hablar de ellas hasta hace unos días. No me muevo en el ambiente en el que trabajan y además me cuesta aceptar que el lujo pueda esconder tanta miseria y precariedad. Pero es así. Me refiero a las kellys, las limpiadoras de hoteles de cuatro y cinco estrellas, de esos que ponen alfombra roja al cliente millonario y sacan por la puerta de atrás a sus empleados. No son todos, desde luego, y por el momento lo que ellas denuncian afecta a ciudades concretas como Barcelona, Benidorm, Mallorca, Madrid, Lanzarote... en donde el turismo para ricos es una fuente de ingresos esencial y entre las que no está Pamplona, por el momento. Son invisibles para los clientes porque llegan cuando ellos ya no están y trabajan a contrarreloj para que cuando regresen su habitación esté perfecta. Pero ahora han querido que se les vea y se han organizado para contar lo que están obligadas a callar. En cualquiera de esos hoteles, una botella de agua en el minibar de la habitación cuesta más de seis euros y tomarte un café supera la mejor terraza de París. Las kellys, que han querido sacar su precariedad a la luz, sobre todo a través de las redes sociales, cobran 2,5 euros por cada dormitorio que limpian entero, terraza, baño y cama incluido. Tres euros si es una suite. Tendrían que limpiar tres para poder beber un trago de ese agua que reponen. Pero limpian muchas más al día, unas 18 cada jornada para conseguir un sueldo que casi no pasa del salario mínimo, con las consiguientes lesiones y dolores musculares por la carga de trabajo. Llegan a través de subcontratas sin convenio que vele por sus derechos. El lujo que ellas dejan reluciente para que otros lo disfruten ni siquiera les garantiza una vida digna. Son trabajadoras de segunda para hoteles de primera, las que cobran poco más de 600 euros al mes por limpiar habitaciones que cuestan 300 euros la noche. De vergüenza. Y todo esto pasa en un sector que según las cifras de la pasada campaña no ha sufrido apenas la crisis, más bien lo contrario, porque los que tienen mucho cada vez acumulan más y quienes apenas tienen nada, cada vez tienen menos. Está claro, como nos han recordado esta semana en el Día Mundial contra la Pobreza, que no es la pobreza lo que hay que combatir sino la riqueza que empobrece. Y la tenemos al lado. Ellas son un claro ejemplo. Oscura miseria oculta bajo el brillo del lujo indecente.