Que todavía hoy sea noticia que una mujer artista exponga, destacándose más que su obra el hecho de ser mujer, dice mucho de la situación en la que se encuentra el arte en general y el creado por las mujeres en particular. Pero es noticia y lo ha sido esta semana porque han tenido que pasar 200 años para que una pintora, Clara Peeters, una artista que ya en el siglo XVII cuando pintaba sus bodegones era “diferente e iba a contracorriente”, exponga por primera vez en una muestra individual en el Museo del Prado. Doscientos años en los que las mujeres han llenado esas mismas paredes pero no como autoras, sino como protagonistas pasivas de los cuadros y esculturas, como musas o modelos para ellos, los artistas, en un injusto olvido de las muchas creadoras que fueron musas de sí mismas, recreando su manera de ver el mundo, aunque sus cuadros no llegaran a las pinacotecas ni sus nombres a las enciclopedias de arte, en parte, porque esa historia hasta no hace demasiado tiempo la escribían únicamente los hombres como historiadores, críticos y conservadores. Las mujeres han quedado relegadas durante décadas al papel de inspiradoras de distintas disciplinas artísticas y es relativamente reciente el que hayan podido dar el salto y ejercer como autoras de sus propias obras de arte y que con ello se les considere plenamente artistas, aunque muy lejos de sus colegas masculinos. Sin ir más lejos, el Museo del Prado tiene obra de más de 5.000 hombres frente a 41 mujeres. Y ya más cerca, en el Museo de Navarra apenas un 10% de las obras de su colección están firmadas por mujeres. Y no es la excepción, es lo habitual en los grandes museos del mundo. Pero el camino hasta Clara Peeters, una pintora totalmente desconocida a pesar del valor artístico de su obra (Miguel Zugaza, el director del Prado, defendía que no se trata de una muestra de perspectiva de género sino de calidad y eso es lo esencial, que se reconozca la calidad de las mujeres por igual) no ha sido fácil y ha estado marcado por muchas reivindicaciones, como la ya famosa llevada a cabo en Estados Unidos por las Gerrilla girls en los 80 y de diferentes muestras artísticas que han tratado de visibilizar ese arte femenino todavía no visible. Basta pensar rápido en nombres de artistas de cualquier época para comprobar que son pocas, por no decir ninguna, las mujeres que se cuelan entre ellos, mientras que las obras de arte más celebradas tienen rostro de mujer.