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Del caballo al coche y tal vez al tren

Se sube al coche para testar las adhesiones que mantiene entre las afligidas federaciones socialistas tras caerse del caballo en una entrevista televisiva. Un striptease catódico el de Pedro Sánchez propio de un arrepentido múltiple, por anteponer Ciudadanos a Podemos en las negociaciones para la fallida alternativa reformista, por haberse planteado él mismo y ante terceros la abstención a la investidura de Rajoy hasta que éste le conminó a sustentar su Gobierno, por no rebelarse ante las presiones de los poderes fácticos avalistas de la alternancia en la Moncloa en beneficio siempre de la lista más votada y por no someter su liderazgo al contraste directo con Susana Díaz. La misma que catapultó a Sánchez a la secretaría general como mero interpuesto hasta que a ella se le antojara desembarcar en Ferraz, sin imaginar que un día la ignoraría incluso con resultados electorales modestos. La concatenación de descarnados lamentos de Sánchez constatando lo obvio resulta una enmienda a la totalidad de su ejecutoria al frente del PSOE, cuya dirección pretende recuperar en las primarias de la próxima primavera como un simple afiliado frente al aparato mecido por el omnipotente socialismo andaluz. Una ardua operación de subida al tren del que le arrojaron en marcha en la que Sánchez debe esgrimir todo el coraje desconocido en él hasta su dimisión y que de cumplirse sus planes brindaría con luz y taquígrafos el combate final entre los hostiles compañeros Susana y Pedro tras el asalto soterrado en el que se ha impuesto la primera por k.o. táctico perpetrado en el comité federal. La sentencia de la militancia resultará en su caso necesariamente clarificadora, pues no cabe un partido cuyo voto sirva igual para regalar el BOE a este pestilente PP que para sondear el apoyo de siglas soberanistas a una mayoría progresista, para consagrar una visión del Estado desde una perspectiva de españolidad sureña que para reconocer como naciones a Catalunya y Euskadi. El PSOE tiene pendiente la síntesis de un proyecto plural pero congruente, de cuyo diseño depende que no acabe mediando una escisión. A partir de la certidumbre de que los descendientes de los socialistas de siempre son los podemitas de ahora. Lo proclama Josep Borrell, víctima en su momento del proverbial cainismo del PSOE, hoy elevado a la enésima potencia.