Saber moverse en la espera no es fácil, implica avanzar sin retroceder, incluso avanzar sin moverse. No todo el mundo tiene esa cualidad de estar quieto mientras todo alrededor se mueve, y conseguir, a pesar de la quietud, no quedarse relegado, sino simplemente inmóvil esperando aquello que está convencido de que tarde o temprano llegará. Esa espera calmada de quien ve pasar la vida sin que la vida le pase, sin prisa, sin alterarse, esquivando al contrario y disfrutando de su desgaste, sin siquiera plantear ataques, sabedor de que si sigue agazapado llegará su momento, el de salir a escena justo cuando el resto de protagonistas estén exhaustos de tanto luchar por el papel principal. Entonces se dedica a observar tranquilo el deterioro de quienes no han sabido esperar, de quienes optaron por avanzar y disputarse el camino y comprueba que las minas del recorrido ya les han explotado a los otros y que el escenario está por fin despejado, todo para él. Mariano Rajoy es un auténtico maestro de la espera, de la larga espera, del no hacer ni decir nada dejando que el tiempo pase sin que le deje demasiada huella. Algunos dicen de él que nunca pierde el tiempo, aunque lo parezca, por ese inmovilismo tan suyo. Y esta vez no lo ha perdido. Es el político que no tiene prisa, el único que ha sido capaz de estar 315 días esperando, sin más protagonismo que estar. Ha sabido como nadie utilizar la paciencia como arma para provocar el desgaste de sus rivales que han acabado, ellos sí, desesperados. Rajoy ha pasado por este tiempo en funciones sin apenas moverse y una vez presidente ha seguido sin prisa, en ese terreno que tan bien conoce, porque la espera ya le ha regalado un mandato extra y no piensa cambiar de ritmo. Pero los ciudadanos y ciudadanas ya están cansados de tanta espera. El que fuera el presidente del plasma, por sus ruedas de prensa televisadas, y sin preguntas, tendrá que dar respuestas y ponerse ya en marcha con su Gobierno recién nombrado tras cuatro días de meditación (ni para eso se ha dado prisa) ante la legislatura que ahora arranca, la legislatura de la incertidumbre, por lo que pueda durar ante las dificultades que se prevén para la gobernabilidad y la sombra de esas posibles terceras elecciones, si las cosas no avanzan. Rajoy, de momento, a piñón fijo.