definitivamente, somos pasto del microblogging, con su icono Twitter y sus 140 caracteres como unidad de pensamiento. Una dinámica perversa la de las redes sociales en tanto que se cimentan en la diversión y ya no hay estímulo sin entretenimiento, como para que aflore el mínimo rigor entre semejante profusión de ocurrencias. Tan vanal y fútil simpleza ha desbordado las plataformas digitales hasta reducir la cultura a lo que genera distracción, vinculando de paso la formación y la información con el mero esparcimiento. La resultante es un consumo de contenidos fugaz y facilón que ha derivado en un adocenamiento intelectual generalizado, como lo prueba el inequívoco hecho de que los jóvenes de hoy estudian con muchos más medios que sus mayores y sin embargo saben bastante menos. A qué punto habrá llegado esta verdadera desdicha cultural, agudizada por una fiscalidad delirante, que la lectura de libros incluso de extensión moderada y el visionado de películas de escasa hora y media se considera un esfuerzo ímprobo, similar al repaso de prospectos farmacéuticos y manuales de instrucciones. Entretanto, una minoría asiste -asistimos- alarmada a la creciente restricción de las habilidades por ejemplo sociales porque ante la hegemonía de la inmediatez táctil la comunicación verbal deviene en residual, precarizando la capacidad oratoria. Esa progresiva merma de facultades alcanza a nuestra condición de seres políticos cada vez más manipulables precisamente por esa falta de resistencia consciente ante el asedio de eslóganes de marketing propalados como pura propaganda que ofrecen soluciones triviales para problemas complejos. Así como los productos culturales de cierta enjundia precisan de un receptor atento y tenaz, también como sujetos electorales debemos afanarnos por desentrañar los mensajes encaminados a captar nuestro voto con apelaciones más a la emoción que a la razón, intentando que el sufragio no sea sometido a un juicio crítico respecto a lo que se hizo en el pasado y se promete para el futuro. No confundir decidir con sencillez, lo que exige un trabajo elaborado de estructuración interna de prioridades, con actuar con el simplismo típico de esas víctimas de la impulsividad estrictamente inercial.
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