Tengo que confesar una adicción que no sé si es insana -bueno, sí, acelera la presbicia-, pero que me roba cada semana un montón de horas que pierdo para siempre: a los tuits de política nacional. Y además a lo cobardica, como un simple voyeur, porque ni siquiera tengo cuenta propia, para evitar la tentación de soltar mis propias paridas, que eso solo trae líos y malos rollos.Twitter, por si aún queda alguien que no lo sabe, es el nuevo patio de marujeo, eso que McLuhan llamaba aldea global pensando en la globalidad de la información, pero que en este caso concreto es puro aldeanismo.

En el tuit político, claro está, no hay mesura, ecuanimidad ni empatía. Solo hachazos virtuales (más conocidos como zascas) y peleas en el barro, mucho barro, venga de barro.

Contado así no parece que invite pero, por algún motivo que se me escapa, es algo que engancha. En mi caso, sospecho, porque varios de esos condenados tuiteros a tiempo completo (o viven de rentas o tienen a sus jefes muy engañados) son graciosos, y el humor es adictivo.

A tenor del número de sus seguidores, los reyes del mambo en el Twitter político son de izquierdas, pero el pleno rendimiento de ese invento llega con alguna de esas polémicas -cuanto más tonta, mejor- en las que se enzarzan también los políticos de diversos grupos y, sobre todo, cuando entran en acción los ultracentristas -graciosos a su pesar por las burradas que sueltan creyendo que dicen algo sensato-.

Twitter, y esto sí que parece que no lo saben muchos de sus usuarios, no sirve para seguir la actualidad porque apenas informa, cuando no desinforma. Pero como postre tiene un pase, porque a veces encuentras pequeños dulces que saboreas. Y de los miles de tuits políticos que me he tragado desde que mi móvil tiene internet (con la de tiempo libre que tenía cuando solo lo usaba para hablar), me sigue pareciendo insuperable ése en el que ponían esta frase en boca de Rajoy: “Poco os robamos para lo gilipollas que sois”.