Juguetes rotos
las Navidades, con su intrínseco determinismo jubiloso, configuran un territorio fecundo en irritantes contradicciones. La petición de juguetes por los infantes constituye en nuestros días un episodio tan desquiciante como que, mientras en cantidades afortunadamente crecientes se ceden para fines benéficos toda suerte de trastos sumidos en el abandono, sus donantes tienen que escoger los nuevos regalos revisando los catálogos promocionales por falta de verdadero deseo al tener las necesidades satisfechas, también en su vertiente lúdica. En consecuencia, se acaban solicitando cachivaches casi por obligación cuyo destino en tiempo récord es el armario o en su defecto el contenedor de basura, engrosando esa nómina vergonzosa de chismes navideños que terminan por antojarse inservibles a ojos de sus destinatarios, incluyendo esas piltrafas que se intercambian en el Amigo invisible, infecto invento. Nada que ver con la formidable ilusión de los progenitores de los niños de hoy, que ante lo ajustado de aquellos presupuestos familiares esperaban el advenimiento de Olentzero o de los magos de Oriente como agua de diciembre, con las preferencias nítidas una vez resuelta la generalizada disyuntiva entre, por ejemplo, clicks o airgamboys, Nancy o Barbie, patín Amaya o Sancheski, cubo o serpiente de Rubik, Juegos Reunidos o Magia Borrás. Para bolsillos pudientes quedaba el Simón, con su secuencia de colores y sonidos a repetir, lo más parecido a los ordenadores de ahora, el presente predilecto para una generación embebida de pantallismo, obcecada con el videojuego, absorta con todo artilugio táctil. Demasiado estatismo y bajo techo, cuando estos críos presionados por doquier necesitan antes que nada la misma ración de barrio que tuvieron sus mayores, si ya no para jugar al hinque o para fastidiar al prójimo con el dardo explosión, al menos para relacionarse con su especie sin una máquina de por medio. Claro que para bajar a la calle precisan de tiempo y de dónde sacarlo si a las horas lectivas se agregan las actividades extraescolares y las tareas en casa. Así que más tiempo para mezclarse con terceros al aire libre en lugar de tanta tecnología ensimismante, el mejor regalo para nuestros menores por minimizar el riesgo de que se tornen en juguetes rotos de carne, hueso y escaso seso.