Quizá fue un mensaje del cielo. Nunca se sabe. La granizada del pasado miércoles se cebó con localidades como Lerín, Barásoain o Artajona. Casualidad o no, están aún en la zona no vascófona. Los habitantes de Biurrun, Oteiza o Tafalla, a pocos kilómetros de los primeros, se libraron de la pedregada... Pertenecen a la lista de los 43 pueblos que han solicitado entrar en la zona mixta en la que, por lo que se ve, hay un mejor clima sin necesidad de llegar al txirimiri de la zona vascófona... Fuera bromas, el tema de la zonificación y la lengua no puede decidirlo la meteorología o el azar. Tampoco bastan los meros criterios “técnicos”, porque la sociolingüística la carga el diablo y hay estudios para todos los gustos, aunque es evidente que en 30 años las cosas han cambiado y hay una masa crítica más que suficiente en las localidades que han pedido actualizar la Ley Foral del Vascuence. Por ello quizá simplemente se trate de apelar a la democracia. Cuanto más profunda, mejor. Aquí también cada cual tira de diferentes niveles y momentos según le vaya la feria mientras se cruzan conceptos como consenso, autonomía municipal, mayorías coyunturales... Hay quien mira al mapa electoral de las generales. Otros, a las autonómicas. Los más -con lógica- a las locales, aunque siempre está la letra pequeña de los concejos, en un sentido u otro. Lo importante es que debajo de estas estructuras existen personas de carne y hueso con sus condiciones de vida, sus deseos, sus opiniones. Y con su derecho a decidir en algo sensible como las lenguas. Pese a las maniobras de última hora de UPN (“siempre negativo”, que diría Louis Van Gal) y algunas declaraciones (quien esté libre de una contradicción, que tire la primera enmienda), lo cierto es que el proceso ha sido tranquilo sociológicamente, impecable políticamente y necesario socialmente. En junio la Ley Foral del Vascuence cerrará otra etapa que ha abierto nuevas opciones, que no imposiciones. Pero para blindar una segunda fase -que la habrá- quizá sería bueno recoger la enseñanza de algunos pueblos como Oteiza que delegaron la decisión al sufragio directo de sus vecinos: una pregunta directa y una urna. Y lo mismo vale para las banderas. Pura democracia.