Relata Carme Chaparro con mucha destreza y concreción ese momento de angustia que viven un padre o una madre cuando pierden de vista a un hijo en un lugar público y muy concurrido. Unos segundos eternos en los que la mente elabora a toda velocidad numerosas hipótesis, casi siempre trágicas. Quienes hemos pasado por esa experiencia nos reconocemos en ese corto fragmento del galardonado libro de la periodista, No soy un monstruo, construido sobre el argumento del robo de niños. Sentir en la piel, aunque sea de forma breve, esa ausencia, esa desaparición fulgurante, te hace entender, de alguna manera, el calvario por el que pasan durante años y años las familias que sostiene que les robaron de la cuna de la maternidad, por puro negocio, a un bebé recién nacido mientras les hacían creer que había muerto.

A la luz de las múltiples denuncias y de las investigaciones periodísticas, el robo de bebés para entregarlos a otros matrimonios ha sido una práctica habitual desde el postfranquismo hasta fechas recientes. Hay estimaciones que apuntan a la escalofriante cifra de 300.000 hijos falsos (no biológicos) en España. En Navarra, casi doscientas familias en similar situación buscan a sus bebés, que creen que les fueron sustraídos. El Parlamento foral se comprometió recientemente a elaborar un censo con los posibles casos. Los implicados han reclamado una mayor intervención del Gobierno central y de la Fiscalía para esclarecer las desapariciones y han denunciado la escasa, por no decir ninguna, colaboración de la Iglesia para acceder a sus archivos. La verdad es que no les han hecho mucho caso.

No hace falta recurrir, pues, a la literatura para detectar que la vida real está llena de historias de monstruos que en primera persona o prestando su colaboración o guardando silencio han arrancado a los neonatos de las cunas, han dejado ese vacío eterno en los brazos y en los pechos de las madres y han construido biografías sobre un fraude, sobre un delito. Monstruos que han actuado al amparo también de quienes nunca han atendido las denuncias de las familias. Estos desaparecidos también tienen y reclaman su memoria.