No. La respuesta siempre es “no”. Hasta el punto de que ahora quieren quitar hasta la pregunta. El Estado español tiene un serio problema de conformación territorial. Y también de democracia. No es con Catalunya. Es consigo mismo. Antes fue la CAV y más adelante puede ser cualquiera. Es un defecto de fábrica Made in Spain. Tampoco tiene que ver con las formas o los cauces empleados, aunque el actual procés ha tenido sus peros y la sociedad catalana ha rayado a mayor nivel que sus propios gobernantes. En su día se cuestionó la vía violenta. Con toda lógica. Pero es que cuando se utiliza la vía pacífica el resultado es el mismo. No. Y no. Ibarretxe se llevó un portazo institucional a su pionera propuesta. El Constitucional laminó lo que quedaba de un Estatut como penúltima oportunidad perdida. Ahora le llega el turno al referéndum. Y siempre la respuesta es un “no”, un “vuelva usted mañana” o un piérdase en los cerros de Úbeda. Y tampoco es un déficit exclusivo del PP que ha llevado al extremo la política del palo sin zanahoria con una supuesta firmeza que en realidad trata de ocultar una gran debilidad. Por que el PSOE, el de ahora, el de antes y el de siempre, también adolece de la misma tara. Y así le ha ido electoralmente. Está por ver si lo de Podemos y sus confluencias aporta algo nuevo. Vamos, si es ruido táctico o algo estratégico. La derecha lo tiene claro. La izquierda española nunca se aclara. Quizá entroncando con el mero principio democrático se pueda desatar el nudo gordiano de la territorialidad. Un nudo que, a este paso, acabará ahorcando al propio proyecto de España como Estado. Porque se parte de una nación que no existió; no existe ni, a este paso, existirá. Por muchos goles que meta “la roja”; arengas suelte al prensa madrileña; sentencias vomiten los tribunales y leña repartan los compañeros de viaje de Piolín. Si se entiende que esto es “un todo” que se descentraliza si Madrid quiere en lugar de una “suma de partes” (como Europa) voluntaria no hay salida. Y la gente, harta de recibir negativas, decide cambiar la pregunta. O hacérsela a ellos mismos. A Catalunya, sin soberanía fiscal, se le acababa el tiempo (y la paciencia) y no le han dejado otra salida que plantar el 1-O encima de la mesa para empezar a hablar en serio. Nadie sabe qué pasará mañana, pero hay que confiar en el civismo pacífico catalán. Y sobre todo a ver si tras los monólogos y los envido- envido más empieza el diálogo de verdad.